Monday, September 29, 2014

Crónica de unas muertes previsibles en el penal de El Abra

La música tropical de Nítido se escuchaba a varias cuadras a la redonda del penal de máxima seguridad de El Abra.

Los vecinos no podían dormir, pero sabían, por experiencia, que era inútil quejarse. Eran más de las diez de la noche del domingo y todo fluía de acuerdo al programa del festejo de Urcupiña.

El permiso para la fiesta fenecía a las doce, pero no era cualquier fecha. Era 14 de septiembre, se conmemoraba el aniversario de Cochabamba y al día siguiente era feriado, perfecto para dormir y “curar la resaca”, coinciden siete internos, entre sobrevivientes y testigos.

El mandamás del penal, Édgar Ariel Tancara, bailaba con su pareja, Romina Llanos, totalmente confiado y ajeno a los planes de sus enemigos. Ya había bebido bastante.

Sus guardaespaldas y hombres de confianza estaban cerca y también bailaban. El sonido de un disparo fue el preludio del infierno.

De inmediato la música y las luces se apagaron, al mismo tiempo que seis encapuchados irrumpían en el patio desde distintos lugares. Estaban todos vestidos de negro y jamás abrieron la boca. Uno corrió hacia el gánster del penal, que se había dado la vuelta para ver qué pasaba, y le descargó tres balazos en el pecho. “Lo tomó de sorpresa, no tuvo tiempo de nada”, dice asombrado un testigo.

El hombre más temido y poderoso de la cárcel había caído al piso, pero no estaba muerto y comenzó a arrastrarse hacia el quiosco, según fue testigo una horrorizada visita. Un interno que no estaba encapuchado, y ya está identificado, lo remató cortándole el cuello mientras otro le daba con un bate en el rostro y le fracturaba la mandíbula. Una de las balas hirió a su pareja, Romina Llanos, en el vientre.

Casi al mismo tiempo, Gustavo Tovar Ramírez, alias El Pilas, que bailaba con su esposa, al lado de El Tancara, cayó al piso. Un encapuchado lo apuñaló y el cuchillo le perforó un pulmón y la aorta. Se desangró rápidamente.

Paralelamente, un tercer encapuchado le disparó a Humberto Gonzáles Ramírez, alias El Chila Tigre, tres tiros, uno en el cuello y dos en el pecho, cuentan un interno herido y una testigo.

Alrededor, todo era confusión, gritos y caos. Los internos que bailaban corrieron hacia los bloques de celdas y otros hacia la capilla en busca de un refugio. Varias mujeres y niños se escondieron en las “conyugaleras”, esas habitaciones por las que los reclusos eran obligados a pagar para poder dormir con sus parejas. Los otros tres encapuchados estaban armados con cuchillos y bates de béisbol. Para asegurar su huida golpearon y apuñalaron a cuanto interno o visita se topaban en su camino.

Al menos unos diez reclusos trataron de trepar las paredes y la malla olímpica del penal, en un intento por fugarse. Los policías que vigilaban en las torres dispararon sus armas de reglamento hacia el cielo para disuadirlos y lo lograron. “No podíamos hacer más, solo éramos 23 policías y ellos 522 internos, si abríamos las puertas de ingreso, para tratar de controlarlos, moríamos y podía haber una fuga masiva, además no todos tenemos armas”, rememora un policía. Los encapuchados desaparecieron como entraron, sin que nadie los percibiera en medio del tumulto y el desorden.

Dos internos verificaron que El Tancara estaba muerto, pero su enamorada todavía luchaba por su vida. "Ella hacía ruidos como si se ahogara en sangre, la alzamos y la llevamos a la puerta de ingreso para que la auxilien, tocamos la puerta y gritamos pero los policías no abrían, tuvimos que rogar varios minutos para que la evacúen”. Cuando los dos internos volvían hacia el patio, hallaron a doña Margarita Herrera, la mujer que vendió comida durante la fiesta, tendida en el piso y desangrándose con una herida de bala en el abdomen. También la socorrieron y consiguieron que los policías se la llevaran. Ella estaba embarazada y la bala mató a la inocente criatura en su vientre. “Mi hijo me salvó, la bala se quedó en su pequeño cuerpecito y no me dañó a mí”, lloraría Margarita, horas después, en el Viedma.

Habían pasado varios minutos del tiroteo y el patio se llenó de internos que salían de los bloques. Al centro se reunieron otros delegados, entre ellos Iván Castro. Los demás formaron un muro humano para protegerse, en caso de que los encapuchados volvieran. Mientras se mantenían vigilantes vieron a Sergio Arze Araníbar, alias El Lucifer, acercarse. Estaba vestido con un canguro de color claro, unas bermudas y unos zapatos desamarrados, “como si recién se hubiese levantado, o cambiado”. Los internos discutían sobre quiénes podían ser los encapuchados, de acuerdo a las contexturas y estaturas que vieron por tan solo unos segundos.

“Sergio Arze, el Salvatrucha, dijo que él creía que habían sido los que llegaron de la cárcel de Chonchocoro o los chilenos”, pero mientras hablaba, hacía ademanes, levantó un brazo y su canguro dejó al descubierto un arma de fuego. Johnny Villarroel, El Gallinas, lo vio, gritó: “¡está armado!” y de inmediato quiso arrebatarle la pistola 9 milímetros, pero Lucifer reaccionó disparándole varios tiros a Villarroel, uno de los cuales le alcanzó en la pierna a Lindomar Bejarano. Más tarde se supo que El Gallinas había quedado parapléjico y permanece, en terapia intensiva del Viedma.

Mientras los heridos eran traspasados a través de una malla olímpica cortada a propósito por los internos, otra facción arremetía contra Sergio Arze, a quien acusaron de ser uno de los encapuchados. Dicen que se le acabaron los proyectiles a Lucifer y que, desesperado, corrió hacia la puerta de ingreso para salvar su vida, pero se tropezó y cayó en la cuneta de uno de los pasillos. Allí, la turba lo golpeó en la cabeza con dos enormes piedras y con ladrillos de seis huecos; lo apuñaló por la espalda unas 16 veces y lo hirió con punzones unas 50, hasta matarlo y dejarlo completamente ensangrentado, hecho un guiñapo.

Los reclusos se quedaron en el patio hasta el amanecer, temiendo el retorno de los otros sicarios. Antes de que investigadores de Homicidios llegaran y levantaran legalmente los cadáveres, los internos se pasearon entre los cuerpos y les llenaron de galletas las gargantas, en un afán de decirles: “¡Ahora sigan comiendo hambrientos!... Es que grande era la ambición de éstos, tenían tanto y nunca se conformaban”, dice otro testigo. A El Tancara le pusieron una llave de candado en la oreja izquierda y otra se la incrustaron en la herida de uno de los balazos, en el pecho.

Algunos dijeron que era para cerrarle las puertas del cielo. Otro interno que había sufrido sus abusos le clavó un alfiler en la nariz. “Todo era para desquitarse, no son rituales esotéricos o de magia negra, ni nada de lo que han dicho, era el odio, la bronca acumulada que estaba explotando”.

A pocos metros, Gustavo Tovar Ramírez, el Gígolo, que junto a su pandilla había asesinado a golpes al sastre Erwin Tintaya, en el Corso de Corsos de 2004, y que cumplía una condena de 12 años, estaba tendido en el piso. También había sido golpeado con un bate y tenía la mandíbula rota. Las galletas inundaban su boca. Humberto Gonzáles Olmedo, alias El Chila Tigre, tenía contusiones de bates de béisbol, bolsas de agua y de refresco encima.

La fiesta del derroche se había convertido en un festín de sangre y venganza.

TANCARA Y MUJERES

Ariel Tancara tenía mucho dinero y se daba el lujo de pagar liposucciones y cirugías estéticas a las mujeres que le gustaban o en las que tenía otro tipo de interés. El 14 de septiembre, cinco mujeres lo visitaron en el penal. Pero también tenía “la mala costumbre” de fijarse en las mujeres de los reclusos y si no las conquistaba con ofertas de dinero, invitaba a la pareja a beber, les dopaba a los dos y violaba a la mujer. También amenazaba con matar a los internos para que sus esposas o novias acepten estar con él a cambio de “dejarlos tranquilos”.

Pugnas de poder o venganza por abusos

La investigación ya identificó a los presuntos responsables de la matanza. La Policía pidió la reserva de la lista de sospechosos, para no entorpecer las pesquisas.

La hipótesis más fuerte, sobre lo ocurrido en El Abra, es la toma del poder de los delegados. Sin embargo, otra vertiente que se investiga es la venganza por los abusos cometidos. Uno de los internos dijo que los implicados planificaron la matanza porque la pareja de uno de ellos (dieron el nombre de ella) había sido dopada y violada por El Tancara. La joven aludida desmintió esa versión y dijo que El Iván, Jason y otros lo hicieron todo por plata. “Ojalá le duré su mina de oro”, les dijo a través de la televisión.

HERIDOS, A SU SUERTE

Los 11 heridos que dejó el salvaje ataque fueron auxiliados en el hospital Viedma, con el que Régimen Penitenciario tiene un convenio para pagar las atenciones a reclusos, cada seis meses. Severino Galarza Gómez (46) fue internado con un balazo que le causó una herida leve en el pecho y fue dado de alta de inmediato, Félix Ramos Condori (46), apuñalado en el abdomen, Ariel Marza Choque (29) sufrió dos disparos en el antebrazo derecho que le causaron una fractura expuesta de cúbito y otra en el hombro izquierdo, Gonzalo Pereira Cataca (36) que fue apuñalado en lado izquierdo de la espalda y sufrió golpes en la cabeza y policontusiones.

Lindomar Bejarano Durán (30) recibió un disparo en el muslo derecho y fue dado de alta a los dos días, con la bala en la pierna. Los médicos le dijeron que podía vivir con el proyectil en el muslo y que la lesión era inoperable. En El Abra, después de cuatro días de fiebre y dolor se le formó un absceso y tuvo que ser trasladado de emergencia a Prosalud. Allí, la lesión “inoperable” fue intervenida para salvarle la pierna y su familia tuvo que pagar todos los costos recurriendo a préstamos.

Los otros heridos, Rolando Vargas Fernández (38) que fue apuñalado por la espalda, Roberto Chávez Calvimontes (30) que tiene una herida de bala en el muslo derecho y Johnny Villarroel (24) que perdió un pulmón, un riñón y quedó parapléjico, también están lidiando con la falta de medicamentos en el Viedma y tienen que pagar los exámenes complementarios, tornillos y placas metálicas. “Todos ellos son víctimas. Los encapuchados y El Lucifer les dispararon para escapar, no hubo una pelea, Régimen Penitenciario y el Ministerio de Gobierno deberían ayudarnos a pagar todo, porque no había seguridad en el penal, pero no están cumpliendo con su responsabilidad”, denunciaron llorando los familiares.

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