Monday, September 29, 2014

El Tancara, un expolicía que se convirtió en el gánster de la Llajta

Era solo un niño de ocho años cuando cometió su primer delito. Hurtó una bicicleta de su colegio y, según el relato de una mujer que vivió unos años con él, sintió un gran remordimiento cuando en la unidad educativa se armó un gran problema, por lo que confesó su falta y devolvió la bicicleta. Su familia lo consideró “una travesura”.

La mujer contó que Édgar Ariel Tancara Sandagorda creció con muchas carencias y frustraciones por la ausencia emocional de su madre y la falta de recursos. “Él siempre lloraba porque a las horas cívicas de su escuela su madre nunca llegaba a verlo actuar, bailar o recitar”. A los 21 años se convirtió en padre y sus necesidades se multiplicaron. Quiso ser policía y en 1997 lo logró, pero no duró mucho en la institución verde olivo porque fue dado de baja, tras cometer irregularidades. Los policías que trabajaban entonces recuerdan que Tancara estuvo en una unidad de investigación, la ex Policía Técnica Judicial (PTJ). Fue chofer y solía golpear a los delincuentes con excesiva violencia. En ese período hizo “amigos” entre jefes, oficiales y policías. Incluso fue el padrino (tambo) de algunos de ellos.

Al salir de la institución trabajó en una línea de trufis y también como taxista, pero según un pariente su hijo se enfermó y “volvió a la delincuencia”.

Primero fue autero. Comenzó robando accesorios e hizo amistad con otros auteros como El Pecas, Los Senas. Después, El Tancara se convirtió en monrrero y su amigo incondicional, desde la adolescencia, fue Iván Castro Gamboa. Con él formó una banda e integraron a Óscar Padilla Cáceres El Oscarín y al Lunarejo, según fuentes de Inteligencia.

Armado, El Tancara también cometió atracos. Acumuló 22 denuncias por robos agravados a librecambistas, tentativas de homicidios, el secuestro de un niño de 12 años, el robo de 102.000 bolivianos de una caja del Banco Ganadero en la Udabol y la quema de un guardia en una empresa de helados.

Las mismas fuentes describieron que antes de que fuera aprehendido, existían informes sobre su participación en el volteo de droga y dinero de narcotraficantes entrando en sus casas. También se rumoreaba que un jefe policial le había provisto de una radio handy de Radiopatrullas para que pueda salir a robar “con tranquilidad”. Con el mismo jefe hacían volteos en la zona de Aguirre.

Fue dueño de una línea de radiotaxis hasta que las denuncias de atracos a los pasajeros aumentaron y la Fiscalía empezó a investigar su propiedad. El 6 de mayo de 2006 fue detenido en El Alto en un alojamiento frente a la entidad financiera Prodem, en posesión de visores de largo alcance, armas avanzadas y con proyectiles que estallan dentro del cuerpo humano. Por la cantidad de delitos cometidos en Cochabamba fue trasladado a El Abra. En ese tiempo, el delegado del penal El Abra era Ronald Alcaraz, un hombre que era cinta negra en artes marciales y que estaba recluido por el asesinato de la niña Kelly Herbas.

Alcaraz, como delegado, administraba todos los ingresos económicos de esta cárcel, que eran cuantiosos. El Tancara quiso convertirse en el nuevo administrador de los recursos de El Abra. Tentó con dinero a David Huanca, la mano derecha de Alcaraz y lo convenció de dopar al delegado dándole un mate.

El 24 de diciembre de 2007, cuando Alcaraz volvió de comprar juguetes para los hijos de los reclusos, su hombre de confianza le ofreció el mate y éste se acostó en su cuarto, dopado. Entonces, según los mismos internos, Edgar Ariel Tancara, Richard Cáceres y Jason, El Bicho, entraron en la habitación y asesinaron a Ronald Alcaraz a golpes y con varias puñaladas. En 2008, Tancara gozó de libertad por poco tiempo gracias a un recurso.

El 22 de noviembre de 2009 fue detenido por robo, tentativa de asesinato y volvió a El Abra con una sentencia de 5 años de cárcel por un robo agravado que cometió en 2002. Y allí consolidó su imagen de gánster. Se autoproclamó delegado general del penal y escogió, entre los más cercanos a él, a otros delegados de diversas áreas.

El Tancara salía del penal cuando quería, acompañado de sus custodios, para consumir bebidas y delinquir en provincias y zonas residenciales de la ciudad, según informes de Inteligencia. En dos ocasiones fue sorprendido in fraganti. La primera fue en 2011 y la segunda el 25 de mayo de 2014. En todas las oportunidades, sus permisos están firmados por la jueza de Ejecución Penal Yolanda Ramírez.

El Tancara andaba en el penal armado, al igual que sus guardaespaldas, El Pilas y El Tovar. Su crueldad era temida dentro y fuera del penal. Se esforzaba en mantener, delante de las cámaras de televisión, la imagen de que El Abra era un recinto modelo. Por eso, cuando un abogado denunció que su cliente había sido vejado sexualmente, ante un canal de televisión, por no haber pagado un soborno, El Tancara, vía telefónica, amenazó de muerte al defensor “por hablar mal de El Abra” y a la periodista le advirtió “que cuide a su familia”.

Al día siguiente de la amenaza verbal, El Tancara le envió a la periodista, en un radiotaxi, la fotografía de la hija de ella, con el fin de intimidarla. El diccionario define a un gánster como un criminal de carrera, que se convierte, casi invariablemente, en miembro de una organización criminal violenta y persistente. Los gánsteres, también llamados matones, están especializados en la extorsión, la intimidación y el soborno, para mantener influencia sobre la gente a la que dirige. También intentan manipular las decisiones de instituciones civiles, como procesos legales o elecciones de autoridades. Decenas de ciudadanos que sufrieron el robo de sus vehículos, aconsejados por otras personas, fueron a El Abra para pedirle a El Tancara que “les ayude” a recuperarlos. Él lo hacía a cambio de un monto de dinero en dólares.

Tancara inventó una serie de torturas para mantener a los internos de El Abra a su servicio. Los extorsionó, los intimidó, los corrompió, humilló y vejó hasta convertirlos en “sus perros”. Las historias de torturas son escalofriantes y muchas de ellas fueron conocidas por el exdirector de Régimen Penitenciario, por el exgobernador de la cárcel y por jueces en las audiencias. Todos se hicieron de la vista gorda, respaldando así el poder del gánster.

Según los internos, El Tancara tenía múltiples bienes, producto de las extorsiones y robos. Durante el motín, los reos dijeron que se jactaba de que su fortuna superaba el millón de dólares y recién se había comprado una mansión en Sacaba. Tenía “palacios” y lotes en la zona sur, vehículos y le compraba motos de carrera carísimas a uno de sus dos hijos. Como expolicía, cuidó sus pasos y los depósitos bancarios de las extorsiones no estaban a su nombre sino al de dos mujeres, Norma Valda y Rosa García y del pariente de uno de sus hombres de confianza, Josué Tovar.

La noche del 14 de septiembre, Tancara bailaba en el patio de El Abra con su pareja Romina, cuando unos encapuchados le dieron tres tiros. Otro le cortó la garganta y varios reclusos le clavaron alfileres y llaves en las heridas. Luego le llenaron de galletas la boca. “Era una forma de decirle: seguí comiendo hambriento, porque su ambición era muy grande”, cuenta un testigo.

Según la mujer que convivió con él, Tancara fue asesinado por su amigo de infancia Iván Castro y por Jason Angulo. “Tuvieron un problema, a una chica la habían dopado y violado, Ariel se enojó por eso, porque odiaba a los violadores”. Sin embargo, una de las torturas que El Tancara ordenaba contra quienes no querían, o no podían, pagar todos los sobornos impuestos, era la violencia sexual.

Otras versiones aseguran que los asesinos fueron El Lucifer y El Joel. Lo cierto es que en El Abra, nadie lloró por la partida del gánster.

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