Monday, September 29, 2014

La libreta de teléfonos de El Tancara

Después de la matanza en El Abra, la Policía tardó más de ocho horas en retomar el control del penal. Una requisa supervisada por el ministro de Gobierno, Jorge Pérez, arrojó buenos resultados porque fueron descubiertos los depósitos donde los internos guardaban las bebidas alcohólicas, la cocaína y la marihuana, pero también tres armas de fuego, decenas de cuchillos, punzones y bates de béisbol que eran usados en la tortura de reclusos.

En la inspección también hallaron lujosos teléfonos celulares smartphones con listas de números de autoridades, delincuentes y otros personajes.

También fue hallada una libreta que le pertenecía a Edgar Ariel Tancara con los números telefónicos escritos de su propio puño y letra. Una caja de madera con droga y un papel con el sello de uno de los delegados de disciplina de El Tancara. Todos los objetos secuestrados por la Fiscalía están en cadena de custodia.


Crónica de unas muertes previsibles en el penal de El Abra

La música tropical de Nítido se escuchaba a varias cuadras a la redonda del penal de máxima seguridad de El Abra.

Los vecinos no podían dormir, pero sabían, por experiencia, que era inútil quejarse. Eran más de las diez de la noche del domingo y todo fluía de acuerdo al programa del festejo de Urcupiña.

El permiso para la fiesta fenecía a las doce, pero no era cualquier fecha. Era 14 de septiembre, se conmemoraba el aniversario de Cochabamba y al día siguiente era feriado, perfecto para dormir y “curar la resaca”, coinciden siete internos, entre sobrevivientes y testigos.

El mandamás del penal, Édgar Ariel Tancara, bailaba con su pareja, Romina Llanos, totalmente confiado y ajeno a los planes de sus enemigos. Ya había bebido bastante.

Sus guardaespaldas y hombres de confianza estaban cerca y también bailaban. El sonido de un disparo fue el preludio del infierno.

De inmediato la música y las luces se apagaron, al mismo tiempo que seis encapuchados irrumpían en el patio desde distintos lugares. Estaban todos vestidos de negro y jamás abrieron la boca. Uno corrió hacia el gánster del penal, que se había dado la vuelta para ver qué pasaba, y le descargó tres balazos en el pecho. “Lo tomó de sorpresa, no tuvo tiempo de nada”, dice asombrado un testigo.

El hombre más temido y poderoso de la cárcel había caído al piso, pero no estaba muerto y comenzó a arrastrarse hacia el quiosco, según fue testigo una horrorizada visita. Un interno que no estaba encapuchado, y ya está identificado, lo remató cortándole el cuello mientras otro le daba con un bate en el rostro y le fracturaba la mandíbula. Una de las balas hirió a su pareja, Romina Llanos, en el vientre.

Casi al mismo tiempo, Gustavo Tovar Ramírez, alias El Pilas, que bailaba con su esposa, al lado de El Tancara, cayó al piso. Un encapuchado lo apuñaló y el cuchillo le perforó un pulmón y la aorta. Se desangró rápidamente.

Paralelamente, un tercer encapuchado le disparó a Humberto Gonzáles Ramírez, alias El Chila Tigre, tres tiros, uno en el cuello y dos en el pecho, cuentan un interno herido y una testigo.

Alrededor, todo era confusión, gritos y caos. Los internos que bailaban corrieron hacia los bloques de celdas y otros hacia la capilla en busca de un refugio. Varias mujeres y niños se escondieron en las “conyugaleras”, esas habitaciones por las que los reclusos eran obligados a pagar para poder dormir con sus parejas. Los otros tres encapuchados estaban armados con cuchillos y bates de béisbol. Para asegurar su huida golpearon y apuñalaron a cuanto interno o visita se topaban en su camino.

Al menos unos diez reclusos trataron de trepar las paredes y la malla olímpica del penal, en un intento por fugarse. Los policías que vigilaban en las torres dispararon sus armas de reglamento hacia el cielo para disuadirlos y lo lograron. “No podíamos hacer más, solo éramos 23 policías y ellos 522 internos, si abríamos las puertas de ingreso, para tratar de controlarlos, moríamos y podía haber una fuga masiva, además no todos tenemos armas”, rememora un policía. Los encapuchados desaparecieron como entraron, sin que nadie los percibiera en medio del tumulto y el desorden.

Dos internos verificaron que El Tancara estaba muerto, pero su enamorada todavía luchaba por su vida. "Ella hacía ruidos como si se ahogara en sangre, la alzamos y la llevamos a la puerta de ingreso para que la auxilien, tocamos la puerta y gritamos pero los policías no abrían, tuvimos que rogar varios minutos para que la evacúen”. Cuando los dos internos volvían hacia el patio, hallaron a doña Margarita Herrera, la mujer que vendió comida durante la fiesta, tendida en el piso y desangrándose con una herida de bala en el abdomen. También la socorrieron y consiguieron que los policías se la llevaran. Ella estaba embarazada y la bala mató a la inocente criatura en su vientre. “Mi hijo me salvó, la bala se quedó en su pequeño cuerpecito y no me dañó a mí”, lloraría Margarita, horas después, en el Viedma.

Habían pasado varios minutos del tiroteo y el patio se llenó de internos que salían de los bloques. Al centro se reunieron otros delegados, entre ellos Iván Castro. Los demás formaron un muro humano para protegerse, en caso de que los encapuchados volvieran. Mientras se mantenían vigilantes vieron a Sergio Arze Araníbar, alias El Lucifer, acercarse. Estaba vestido con un canguro de color claro, unas bermudas y unos zapatos desamarrados, “como si recién se hubiese levantado, o cambiado”. Los internos discutían sobre quiénes podían ser los encapuchados, de acuerdo a las contexturas y estaturas que vieron por tan solo unos segundos.

“Sergio Arze, el Salvatrucha, dijo que él creía que habían sido los que llegaron de la cárcel de Chonchocoro o los chilenos”, pero mientras hablaba, hacía ademanes, levantó un brazo y su canguro dejó al descubierto un arma de fuego. Johnny Villarroel, El Gallinas, lo vio, gritó: “¡está armado!” y de inmediato quiso arrebatarle la pistola 9 milímetros, pero Lucifer reaccionó disparándole varios tiros a Villarroel, uno de los cuales le alcanzó en la pierna a Lindomar Bejarano. Más tarde se supo que El Gallinas había quedado parapléjico y permanece, en terapia intensiva del Viedma.

Mientras los heridos eran traspasados a través de una malla olímpica cortada a propósito por los internos, otra facción arremetía contra Sergio Arze, a quien acusaron de ser uno de los encapuchados. Dicen que se le acabaron los proyectiles a Lucifer y que, desesperado, corrió hacia la puerta de ingreso para salvar su vida, pero se tropezó y cayó en la cuneta de uno de los pasillos. Allí, la turba lo golpeó en la cabeza con dos enormes piedras y con ladrillos de seis huecos; lo apuñaló por la espalda unas 16 veces y lo hirió con punzones unas 50, hasta matarlo y dejarlo completamente ensangrentado, hecho un guiñapo.

Los reclusos se quedaron en el patio hasta el amanecer, temiendo el retorno de los otros sicarios. Antes de que investigadores de Homicidios llegaran y levantaran legalmente los cadáveres, los internos se pasearon entre los cuerpos y les llenaron de galletas las gargantas, en un afán de decirles: “¡Ahora sigan comiendo hambrientos!... Es que grande era la ambición de éstos, tenían tanto y nunca se conformaban”, dice otro testigo. A El Tancara le pusieron una llave de candado en la oreja izquierda y otra se la incrustaron en la herida de uno de los balazos, en el pecho.

Algunos dijeron que era para cerrarle las puertas del cielo. Otro interno que había sufrido sus abusos le clavó un alfiler en la nariz. “Todo era para desquitarse, no son rituales esotéricos o de magia negra, ni nada de lo que han dicho, era el odio, la bronca acumulada que estaba explotando”.

A pocos metros, Gustavo Tovar Ramírez, el Gígolo, que junto a su pandilla había asesinado a golpes al sastre Erwin Tintaya, en el Corso de Corsos de 2004, y que cumplía una condena de 12 años, estaba tendido en el piso. También había sido golpeado con un bate y tenía la mandíbula rota. Las galletas inundaban su boca. Humberto Gonzáles Olmedo, alias El Chila Tigre, tenía contusiones de bates de béisbol, bolsas de agua y de refresco encima.

La fiesta del derroche se había convertido en un festín de sangre y venganza.

TANCARA Y MUJERES

Ariel Tancara tenía mucho dinero y se daba el lujo de pagar liposucciones y cirugías estéticas a las mujeres que le gustaban o en las que tenía otro tipo de interés. El 14 de septiembre, cinco mujeres lo visitaron en el penal. Pero también tenía “la mala costumbre” de fijarse en las mujeres de los reclusos y si no las conquistaba con ofertas de dinero, invitaba a la pareja a beber, les dopaba a los dos y violaba a la mujer. También amenazaba con matar a los internos para que sus esposas o novias acepten estar con él a cambio de “dejarlos tranquilos”.

Pugnas de poder o venganza por abusos

La investigación ya identificó a los presuntos responsables de la matanza. La Policía pidió la reserva de la lista de sospechosos, para no entorpecer las pesquisas.

La hipótesis más fuerte, sobre lo ocurrido en El Abra, es la toma del poder de los delegados. Sin embargo, otra vertiente que se investiga es la venganza por los abusos cometidos. Uno de los internos dijo que los implicados planificaron la matanza porque la pareja de uno de ellos (dieron el nombre de ella) había sido dopada y violada por El Tancara. La joven aludida desmintió esa versión y dijo que El Iván, Jason y otros lo hicieron todo por plata. “Ojalá le duré su mina de oro”, les dijo a través de la televisión.

HERIDOS, A SU SUERTE

Los 11 heridos que dejó el salvaje ataque fueron auxiliados en el hospital Viedma, con el que Régimen Penitenciario tiene un convenio para pagar las atenciones a reclusos, cada seis meses. Severino Galarza Gómez (46) fue internado con un balazo que le causó una herida leve en el pecho y fue dado de alta de inmediato, Félix Ramos Condori (46), apuñalado en el abdomen, Ariel Marza Choque (29) sufrió dos disparos en el antebrazo derecho que le causaron una fractura expuesta de cúbito y otra en el hombro izquierdo, Gonzalo Pereira Cataca (36) que fue apuñalado en lado izquierdo de la espalda y sufrió golpes en la cabeza y policontusiones.

Lindomar Bejarano Durán (30) recibió un disparo en el muslo derecho y fue dado de alta a los dos días, con la bala en la pierna. Los médicos le dijeron que podía vivir con el proyectil en el muslo y que la lesión era inoperable. En El Abra, después de cuatro días de fiebre y dolor se le formó un absceso y tuvo que ser trasladado de emergencia a Prosalud. Allí, la lesión “inoperable” fue intervenida para salvarle la pierna y su familia tuvo que pagar todos los costos recurriendo a préstamos.

Los otros heridos, Rolando Vargas Fernández (38) que fue apuñalado por la espalda, Roberto Chávez Calvimontes (30) que tiene una herida de bala en el muslo derecho y Johnny Villarroel (24) que perdió un pulmón, un riñón y quedó parapléjico, también están lidiando con la falta de medicamentos en el Viedma y tienen que pagar los exámenes complementarios, tornillos y placas metálicas. “Todos ellos son víctimas. Los encapuchados y El Lucifer les dispararon para escapar, no hubo una pelea, Régimen Penitenciario y el Ministerio de Gobierno deberían ayudarnos a pagar todo, porque no había seguridad en el penal, pero no están cumpliendo con su responsabilidad”, denunciaron llorando los familiares.

¿Quién manda en El Abra? El poder de la mafia delegada

Hace unos meses, de un grito, el delegado Édgar Ariel Tancara, alias El Tancara, le recordó a un policía de El Abra: “Ustedes mandan de la reja para afuera y nosotros mandamos adentro”. El policía había intentado evitar que una visita ingrese fuera del horario establecido, pero tuvo que incumplir su deber porque la verdad es que, quien manda en el penal, es el delegado general y su séquito.

En Bolivia existen 59 centros penitenciarios, pero los reclusos más peligrosos del país son encerrados en 7 de ellos. El Abra es considerado el penal de máxima seguridad en Cochabamba y está emplazado en 5 hectáreas de un terreno situado en el kilómetro 4.5 de la carretera a Sacaba, en una zona que lleva su mismo nombre.

El 30 de abril de 2013, el penal de El Abra contaba con 561 reclusos, de los cuales solo 132 habían sido sentenciados y 446 eran detenidos preventivos. En esa población había 52 extranjeros y 6 niños, hijos de internos, según datos del libro Realidad Carcelaria, del exdirector nacional de Régimen Penitenciario Tomás Molina.

El penal, según constató OPINIÓN en diferentes visitas, cuenta con muchas áreas, algunas de ellas son una verdadera sorpresa para quienes creen que una cárcel no debería convertirse en un complejo vacacional. Existen los bloques de celdas y habitaciones, canchas de fútbol, de fulbito, de básquet, talleres de carpintería, cerrajería, un sector para visitas conyugales, una capilla católica y una iglesia evangélica.

Sin embargo, la infraestructura también cuenta con una piscina donde caben 200 mil litros de agua, un sauna, billar, antenas satelitales, televisores plasma, conexiones de internet. En la gestión de la exdirectora de Régimen Penitenciario Jacqueline Rivera el uso de la piscina fue prohibido debido a la falta de agua en la zona y al gasto excesivo en el mantenimiento y arreglos de la bomba. Pese a que ella se había negado a autorizar la construcción de un sauna, los internos lo edificaron con el apoyo de otras autoridades.

LO INSÓLITO

Aunque parezca increíble, el delegado general Ariel Tancara tenía su oficina dentro del penal. En ese ambiente, más absurdo todavía, están instaladas las cuchillas que controlan la energía eléctrica y el agua de la cárcel. Desde allí fueron apagadas las luces la noche del 14 de septiembre, en plena fiesta bailable, en la que fueron asesinadas 5 personas, 4 reclusos y 1 bebé en gestación, y también resultaron heridos 9 internos y 2 mujeres que estaban de visita.

La estructura de poder en este penal está conformada por 20 delegados de diferentes áreas (disciplina, educación, salud, deportes y otras) que tienen misiones específicas. Los más temidos son los delegados de disciplina que acompañan al delegado general en todo. En la teoría, los delegados de disciplina son quienes controlan el buen comportamiento de los internos, dentro del penal, imponiendo normas de conducta para velar por la armonía y verificando que todos las cumplan.

La realidad, empero, era muy diferente. En El Abra siempre hubo corrupción, admiten los internos, pero en la gestión de Ariel Tancara se había instaurado, además, un régimen del terror y dictatorial destinado a garantizar la acumulación de riqueza, de privilegios y lujos en favor de una élite de delegados y de autoridades, a costa de la extorsión, de la humillación y de la vejación de todos los derechos humanos del resto de los internos.

En el penal de El Abra se practicaba la tortura para obligar a los internos a pagar por todo. Por respirar, para no ser violados, por una celda, por tener acceso a celular, internet, por recibir visitas, por utilizar las habitaciones conyugales, por el ingreso de cualquier material de trabajo, etc. Los reos que cumplen con los pagos no tienen mayores problemas, pero quienes no tienen dinero o bienes que entregar, a los delegados, están perdidos.

Las torturas son variadas. Todos los reclusos nuevos reciben una golpiza al llegar, propinada por los delegados de disciplina, para que sepan quiénes mandan allí. Los montos de dinero a pagar por concepto de derecho de piso, de vida o a no ser violado, dependían de la condición económica del recluso o del delito que cometió. El Tancara era “el juez” que definía cuánto “costaba” el delito cometido por el interno y el precio de “su vida”. Cuando los internos no conseguían pagar el “derecho” a no ser violados, el de vida o el derecho de piso, El Tancara mandaba a que les den brutales golpizas, a empujarlos de cabeza a la piscina sin agua, para que se rompan los huesos, a dormir con los pies sumergidos en lavandina. Un sector de El Abra, está destinado a la crianza “autorizada” de perros “de raza” para que la venta de crías les reporte más ingresos a los delegados. El Tancara criaba perros pitbull que utilizaba para atacar a los reclusos que no pagaban los montos exigidos. En diferentes oportunidades, al hospital Viedma fueron evacuados varios internos con costillas, rodillas, narices, mandíbulas y otros huesos rotos. El informe oficial siempre señalaba que hubo una pelea interna. Pero no eran peleas, eran golpizas infligidas por una mafia que se enriquecía a costa del dolor. Los familiares de los internos nuevos confesaron que el terror que sentían sus seres queridos era tan grande, que ellos se veían obligados a tramitar préstamos de dinero para poder cubrir todas las exigencias económicas de la mafia delegada. Mientras los pagos no se efectivizaban, un delegado seguía al interno nuevo a todo lugar. No permitían que hable a solas con sus familiares ni que hiciera llamadas telefónicas. Las cabinas públicas estaban instaladas, antes, en el sector de la malla olímpica, pero por orden de los delegados fueron reinstaladas dentro de la población penitenciaria, para poder controlar las conversaciones e impedir denuncias.

“No me dejaban hablar, ellos discaban a mi familia y solo me permitían decirles que vengan a verme. Cuando un pariente me visitó, le llevaron a la oficina de El Tancara para decirle que debía pagar 3 mil dólares para que no me pase nada, pero no me dejaron hablar a mí”. Además, este grupo administraba, dentro de El Abra, los negociados de la venta de alcohol, de drogas, prostitución, etc.

Varias autoridades se han pronunciado sobre el deficiente sistema carcelario boliviano y han coincidido en que el “autogobierno” de los reclusos ha fomentado la creación de una mafia dedicada a la extorsión, a las vejaciones y violaciones a los derechos humanos que ya son un escándalo internacional.

Fiestas en El Abra, derroche al estilo de los narcotraficantes

¿Cómo son las fiestas de los narcotraficantes en cualquier parte del mundo? Por todo lo que se ha escrito y visto, a través de los medios de comunicación, estos festejos se caracterizan por una ostentación de poder y un derroche de riqueza para agasajar a los amigos e impresionar a los enemigos.

Lo mismo ocurría dentro del penal de El Abra. El capo y su séquito organizaban todo de manera que los invitados sean muy bien agasajados y sus enemigos sepan quién manda en el lugar.

La fiesta de Urcupiña, supuestamente católica y religiosa, fue utilizada por la mafia delegada durante varios años, para demostrar su poder y su riqueza. Éste es el testimonio de un músico que tocó en la fiesta de 2013, que vale la pena ser leído in extenso:

"El año pasado fuimos con mi grupo a tocar en El Abra, justamente para esta fecha y evento de Urcupiña. Fui testigo de muchas atrocidades. Primero, el ingreso es difícil pero no tanto por los policías, sino por los reos, quienes en una segunda garita son los que reciben lo que pasa por la de los policías. Los guardias simulan que revisan, pero solamente nos ingresan a gabinetes para aparentar un control.

Una vez que ingresamos, adentro, vimos que los bailarines danzaban con una amplificación.

Nosotros y otra orquesta tocamos después y me sorprendió el equipo de sonido que nos dieron. Nosotros pedimos lo básico, tratándose de un penal, pero allí tenían un equipo de sonido impresionante. La música se escuchaba a varias cuadras a la redonda.

Mientras tocábamos casi al finalizar la tarde, vi que el alcohol era lo que más abundaba y no solo en cantidad sino también en calidad. Habían botellas de ron Abuelo de las grandes, pata de elefante, whisky Johnnie Walker, vodka, lo que a cualquiera se le antojara. Ariel Tancara me pidió, en persona, que le dedique todas las canciones a él, pues me repitió que era quien mandaba en el penal y me advirtió que si yo hacía eso, podía contar con todo su apoyo, tanto dentro del penal como afuera.

Mientras me hablaba miré a su alrededor y me di cuenta que realmente era el mandamás. Había una especie de mesa principal donde estaban él y sus delegados más cercanos.

Sobre esa mesa había armas de fuego de grueso calibre (escopetas, metralletas automáticas, pistolas medianas) a la vista de todos. Los policías no decían ni pío.

El Pilas y El Tovar estaban a su lado y eran quienes distribuían el trago y los sobres de droga a algunos reclusos que venían de manera directa a pedirles ‘su comisión’. Conforme avanzaba la noche El Tancara me prestó su celular para que llame a mi esposa y le diga que me iba a quedar hasta más tarde. ‘Dile que yo te estoy ordenando que te quedes’, me dijo. Yo fingí que llamaba. Mientras tanto, escuché cómo ellos dominaban a los internos. Hablaron de un nuevo reo que acababa de entrar en el penal.

El Tancara les ordenó al Pilas y al Tovar: "De una sáquenle 5 mil, esas mier... que él ha hecho cuestan caro aquí y por si no amolla métanlo con el (un apodo) para que le haga un moldecito (abuso sexual)".

También escuché decir que un cabo de Policía tenía que darle un informe de lo recaudado de las entradas y les ordenó que lo que sobre del dinero, se lo den como regalito al cabo. Me dio miedo y quise escabullirme, pero El Tancara se dio la vuelta y me invitó a conocer la cárcel. Designó a otro para que me acompañe. Él también estaba armado, pero con un arma pequeña. Fui por curiosidad y a los que preguntaban quién era yo, mi guía les decía que yo era protegido de El Tancara, integrante de una orquesta.

Una vez dentro de las celdas, que están en la parte inferior donde se encuentra un café y un billar, vi televisores plasma grandes, de 36 y 52 pulgadas. Existen más de 30 antenas satelitales en los techos. Pasamos por unas celdas cerradas y se oía gritar a mujeres adentro. Parecía que habían orgías ahí. Los otros reclusos que controlaban los pasillos también tenían armas pequeñas.

Después volvimos al patio. El Tancara estaba en el escenario y por micrófono comenzó a insultar a otros reos diciendo que nunca lo iban a mover de donde estaba. Dio un par de disparos al aire con la pistola que el traía, su gente hizo lo mismo desde donde se encontraba.

Entonces vinieron policías y le dijeron algo a El Pilas que se acercó a El Tancara y quiso calmarlo, pero estaba muy borracho y nos insultó a todos, incluidos a los grupos musicales. La gente que lo cuidaba nos ordenó que nos vayamos rápido. El nivel de tensión que se vivía ahí era terrible", confiesa el músico que pidió la reserva de su identidad.

EXTORSIONES

Varias mujeres, entre ellas madres, esposas e hijas de internos denunciaron que las fiestas son otra forma de extorsión. Tancara les obligaba a alquilar trajes folclóricos por 150 bolivianos y, además, a dar una cuota para las bebidas, comida de los invitados, los grupos musicales. “Cada fiesta nos cuesta entre 300 a 500 bolivianos, nos tenemos que prestar dinero. A los castigados les hacen vestirse de mujeres con tangas, les humillan, todo es plata”, contó Dalia (nombre cambiado).

La ley no prevé fiestas y el Defensor pide su prohibición por peligrosas

¿Cuál es el objetivo de una cárcel en cualquier parte del mundo? Corregir, rehabilitar y restaurar a las personas que cometieron delitos para que cuando salgan en libertad puedan empezar una nueva vida. Para ello, los internos deberían estudiar, trabajar, tener espacios de reflexión, orientación, de crecimiento cultural y espiritual.

La Ley de Ejecución Penal 2298 prevé que los reclusos tengan acceso a programas de educación complementados con actividades culturales, deportivas y de recreación y artísticas fomentadas por la administración penitenciaria.

Pero, ¿qué se entiende por actividades de recreación y artísticas? Con seguridad, y aplicando el sentido común, no se refiere a fiestas donde corren el alcohol, las drogas de todo tipo y donde se colocan las armas sobre la mesa, para ostentar el poder.

Tampoco hacen referencia a eventos organizados para seguir extorsionando a los internos que deben costear los trajes, la comida, las bebidas, los afiches, y la contratación de mariachis, orquestas, amplificación y otros grupos musicales de moda.

PIDEN PROHIBICIÓN

El representante departamental del Defensor del Pueblo, Andrés Cuevas, pidió públicamente que este tipo de fiestas sea prohibido por el Consejo Penitenciario, tomando en cuenta que al margen de las extorsiones que generan, son peligrosas por varios factores como la falta de seguridad policial, de control en el ingreso de armas, alcohol y drogas, la ausencia de cámaras que funcionen, además del riesgo que significa para los visitantes ser víctimas de ataques entre los internos, tal y como ocurrió el domingo 14 de septiembre, cuando dos mujeres resultaron gravemente heridas y un bebé en gestación fue asesinado.

Las actividades culturales destinadas a reflexionar, recrear y orientar a los reclusos deben tener otro enfoque que debe ser discutido por todos los miembros del Consejo Penitenciario para garantizar la rehabilitación, no la corrupción.


Lucifer: “Ni la muerte me puede parar y si viene es bienvenida”

Un mes y medio antes de la tragedia de El Abra, Sergio Arze Araníbar, alias El Lucifer, grabó un rap que ya está en Youtube. Su tema, Prendan Blones, cuenta parte de su vida y es un desafío a la muerte. Un desafío que Arze perdió el 14 de septiembre, cuando un grupo de reclusos del penal lo linchó, luego de acusarlo de ser uno de los sicarios que mató al exdelegado general Ariel Tancara.

El video del rap www.youtube.com/watch?v=H1HMgnW9K7k fue subido el 30 de julio al internet. “Una parte del rap dice textualmente: “A mí no me para nadie, ni la muerte, que se muere ella primero… Si la muerte me sorprende que sea bienvenida, que ataque duro y siempre lucharé por mi vida, no es fácil que venga y que avance sin querer dejarme chance, yo no muero, hice un pacto con papá y fui sincero, mostrarme la salida, si salía yo del hierro, me cuida desde arriba, me levanta de mil caídas, dice, siga al frente, la música es tu única arma fuerte, no voy a detenerme, hasta que estés parqueao con vida, pasión por la familia, gente que maldecía, pronto cogerán envidia porque yo cambié la mía, hice todo lo que quería. Sigo, sueno exclusivo, el más crudo y agresivo, cojo el reflejo al espejo y yo mismo me envidio al saber que pa sufrir y triunfar yo he nacido”.

Sergio Arze creció viendo a su padre ejercer violencia física y psicológica sobre su madre. Incluso con un arma de fuego. Su familia se disolvió y él se fue con su madre a Estados Unidos, a los 11 años. Allí, ella rehízo su vida y le dio otros hermanos, pero Sergio no superó la violencia vivida y buscó identidad en la calle, en el rap, en la pandilla Mara Salvatrucha 13. Se volvió duro, “crudo y loco”, como él mismo se definía en sus composiciones. “Sueno fuerte porque todo lo que escribo lo he vivido y es real… llegó el más crudo, el hijo de p… el loco que la carga sin seguro”, se describe.

También habla del dinero y del encierro. “La razón principal por la que todo el mundo mata y arrebata la alegría, de la gente que un día, un sueño tenía y quería, sin pensar que por la plata yo pude perder la vida… y no me niego, también soy un fanático del dinero y de la fama, un guerrero que se vive la película, la calle me llama, me dicen vuelva aquí papi, meta, se le extraña, pero en mi mente están los recuerdos de telaraña, años gastados, perdidos en un nido del olvido, resentido con el mundo he aprendido que en el frío nadie te tiende esta ropa, solo te queda conservar la mente sana y choca que te juzguen porque fumes marihuana y la ropa que tú andas que está escandalosa, cosa que nada que ver, falta ver los corazones, son dueños de las traiciones, ni sueñes que te perdone… y el que quiera joder, en primera clase es el pasaje sin regreso en este viaje”.

En 2006, Sergio Arze fue deportado de los Estados Unidos porque fue sorprendido en un robo perpetrado con la pandilla MS13. Al llegar a Cochabamba se integró en el grupo Adictos Al Sexo (ADX) y su fama se hizo viral en los colegios, no solo por el tatuaje que cubría su pecho y un brazo, sino por su ferocidad. Los adolescentes lo admiraban como a un ídolo por sus “hazañas” en el asalto de tiendas, a transeúntes. Le disparó a un joven que se atrevió a mirar a su acompañante femenina.

El 20 de abril de 2008, Sergio Arze mató a dos personas en El Prado. En su intento de matar a dos rivales de otro grupo, conocidos como El Vikingo y El Rasco, Arze disparó desde la jardinera central de la avenida Ballivián y una de sus balas le arrebató la vida a la azafata Vanessa Vega que entraba en una discoteca con sus amigos. Jaime Pérez, el amigo de Lucifer, corrió a calmarlo para que no siguiera disparando, pero éste le dio dos tiros en el vientre y lo mató también.

Veinte años de cárcel fue la sentencia que Sergio Arze obtuvo el 20 de agosto de 2009 por el doble crimen. Ingresó a la cárcel de San Antonio donde sufrió una fractura en la pierna y el tobillo tras pelear, supuestamente, por el poder dentro del penal. El dijo que se había caído.

Fuentes de Inteligencia advirtieron que integrantes de la pandilla de El Lucifer planeaban ayudarlo a huir de San Antonio luego de robar un vehículo. Internos de San Antonio se amotinaron y denunciaron que eran extorsionados por varios reclusos entre los que identificaron a Arze. El Lucifer fue trasladado a El Abra. Contrario al poder establecido, se hizo tatuar una frase en la espalda: Fuck da Police (que se joda la Policía). Según algunos internos, era afín al grupo de Ariel Tancara y ayudaba a controlar el ingreso de visitas. Algunos reos lo describieron como un hombre abusivo y soberbio. De una primera relación sentimental tuvo dos niñas, hoy de 5 y 3 años. Después comenzó a enamorar con una joven que lo visitó asiduamente en el penal. Con ella tuvo un hijo varón que debe tener algo más de un año y que físicamente es idéntico a su papá.

Lucifer abrió una cuenta en Facebook como Sergio Arze, pero, en 2010, después que se hizo público su acceso a internet desde la cárcel, dejó de alimentarlo. En enero de 2011 abrió otra cuenta de Facebook con un seudónimo que este diario no revela para proteger las identidades de su pareja y su hijo, con los que aparece en varias fotografías.

Personas allegadas a Sergio Arze aseguran que hace un mes, él le pidió a su tía, que lo visitaba en el penal, que “si le pasaba algo dentro de El Abra, se encargue de proteger a su hijo”, como si se anticipara a lo que le iba a ocurrir.

Los internos creen que él fue uno de los seis encapuchados que, después de las diez de la noche, mató a El Tancara o al Pilas y le disparó a otros. Suponen que fue a cambiarse a su celda y volvió al patio donde los internos estaban reunidos preguntándose quiénes eran los sicarios. Lucifer trató de culpar a los reclusos chilenos, pero mientras hablaba, gesticulando, el canguro que vestía se levantó y quedó en evidencia un arma de fuego.

Los internos lo acusaron y Lucifer desenfundó el arma que tenía para empezar a disparar contra quienes avanzaban hacia él para desarmarlo. A Johnny Villarroel le dio varios tiros hasta dejarlo parapléjico. Los internos lo persiguieron mientras corría y Lucifer cayó a una cuneta en uno de los pasillos. Allí fue linchado brutalmente. Su cadáver tenía más de 60 cortes de cuchillo y de listones rotos a manera de punzones en la espalda y el pecho, como si los asesinos hubiesen querido destruir los tatuajes que se habían multiplicado y presumía dentro del penal. Fue golpeado con enormes piedras y ladrillos en la cabeza. “El Lucifer se murió en su propio infierno”, mencionaron los reclusos durante un motín posterior. Pero Sergio Arze no murió, lo mataron. Su madre llegó de Estados Unidos y después de las pericias forenses de rigor, cremó los restos del rapero y se los llevó al país del norte, de donde había sido expulsado.


El Tancara, un expolicía que se convirtió en el gánster de la Llajta

Era solo un niño de ocho años cuando cometió su primer delito. Hurtó una bicicleta de su colegio y, según el relato de una mujer que vivió unos años con él, sintió un gran remordimiento cuando en la unidad educativa se armó un gran problema, por lo que confesó su falta y devolvió la bicicleta. Su familia lo consideró “una travesura”.

La mujer contó que Édgar Ariel Tancara Sandagorda creció con muchas carencias y frustraciones por la ausencia emocional de su madre y la falta de recursos. “Él siempre lloraba porque a las horas cívicas de su escuela su madre nunca llegaba a verlo actuar, bailar o recitar”. A los 21 años se convirtió en padre y sus necesidades se multiplicaron. Quiso ser policía y en 1997 lo logró, pero no duró mucho en la institución verde olivo porque fue dado de baja, tras cometer irregularidades. Los policías que trabajaban entonces recuerdan que Tancara estuvo en una unidad de investigación, la ex Policía Técnica Judicial (PTJ). Fue chofer y solía golpear a los delincuentes con excesiva violencia. En ese período hizo “amigos” entre jefes, oficiales y policías. Incluso fue el padrino (tambo) de algunos de ellos.

Al salir de la institución trabajó en una línea de trufis y también como taxista, pero según un pariente su hijo se enfermó y “volvió a la delincuencia”.

Primero fue autero. Comenzó robando accesorios e hizo amistad con otros auteros como El Pecas, Los Senas. Después, El Tancara se convirtió en monrrero y su amigo incondicional, desde la adolescencia, fue Iván Castro Gamboa. Con él formó una banda e integraron a Óscar Padilla Cáceres El Oscarín y al Lunarejo, según fuentes de Inteligencia.

Armado, El Tancara también cometió atracos. Acumuló 22 denuncias por robos agravados a librecambistas, tentativas de homicidios, el secuestro de un niño de 12 años, el robo de 102.000 bolivianos de una caja del Banco Ganadero en la Udabol y la quema de un guardia en una empresa de helados.

Las mismas fuentes describieron que antes de que fuera aprehendido, existían informes sobre su participación en el volteo de droga y dinero de narcotraficantes entrando en sus casas. También se rumoreaba que un jefe policial le había provisto de una radio handy de Radiopatrullas para que pueda salir a robar “con tranquilidad”. Con el mismo jefe hacían volteos en la zona de Aguirre.

Fue dueño de una línea de radiotaxis hasta que las denuncias de atracos a los pasajeros aumentaron y la Fiscalía empezó a investigar su propiedad. El 6 de mayo de 2006 fue detenido en El Alto en un alojamiento frente a la entidad financiera Prodem, en posesión de visores de largo alcance, armas avanzadas y con proyectiles que estallan dentro del cuerpo humano. Por la cantidad de delitos cometidos en Cochabamba fue trasladado a El Abra. En ese tiempo, el delegado del penal El Abra era Ronald Alcaraz, un hombre que era cinta negra en artes marciales y que estaba recluido por el asesinato de la niña Kelly Herbas.

Alcaraz, como delegado, administraba todos los ingresos económicos de esta cárcel, que eran cuantiosos. El Tancara quiso convertirse en el nuevo administrador de los recursos de El Abra. Tentó con dinero a David Huanca, la mano derecha de Alcaraz y lo convenció de dopar al delegado dándole un mate.

El 24 de diciembre de 2007, cuando Alcaraz volvió de comprar juguetes para los hijos de los reclusos, su hombre de confianza le ofreció el mate y éste se acostó en su cuarto, dopado. Entonces, según los mismos internos, Edgar Ariel Tancara, Richard Cáceres y Jason, El Bicho, entraron en la habitación y asesinaron a Ronald Alcaraz a golpes y con varias puñaladas. En 2008, Tancara gozó de libertad por poco tiempo gracias a un recurso.

El 22 de noviembre de 2009 fue detenido por robo, tentativa de asesinato y volvió a El Abra con una sentencia de 5 años de cárcel por un robo agravado que cometió en 2002. Y allí consolidó su imagen de gánster. Se autoproclamó delegado general del penal y escogió, entre los más cercanos a él, a otros delegados de diversas áreas.

El Tancara salía del penal cuando quería, acompañado de sus custodios, para consumir bebidas y delinquir en provincias y zonas residenciales de la ciudad, según informes de Inteligencia. En dos ocasiones fue sorprendido in fraganti. La primera fue en 2011 y la segunda el 25 de mayo de 2014. En todas las oportunidades, sus permisos están firmados por la jueza de Ejecución Penal Yolanda Ramírez.

El Tancara andaba en el penal armado, al igual que sus guardaespaldas, El Pilas y El Tovar. Su crueldad era temida dentro y fuera del penal. Se esforzaba en mantener, delante de las cámaras de televisión, la imagen de que El Abra era un recinto modelo. Por eso, cuando un abogado denunció que su cliente había sido vejado sexualmente, ante un canal de televisión, por no haber pagado un soborno, El Tancara, vía telefónica, amenazó de muerte al defensor “por hablar mal de El Abra” y a la periodista le advirtió “que cuide a su familia”.

Al día siguiente de la amenaza verbal, El Tancara le envió a la periodista, en un radiotaxi, la fotografía de la hija de ella, con el fin de intimidarla. El diccionario define a un gánster como un criminal de carrera, que se convierte, casi invariablemente, en miembro de una organización criminal violenta y persistente. Los gánsteres, también llamados matones, están especializados en la extorsión, la intimidación y el soborno, para mantener influencia sobre la gente a la que dirige. También intentan manipular las decisiones de instituciones civiles, como procesos legales o elecciones de autoridades. Decenas de ciudadanos que sufrieron el robo de sus vehículos, aconsejados por otras personas, fueron a El Abra para pedirle a El Tancara que “les ayude” a recuperarlos. Él lo hacía a cambio de un monto de dinero en dólares.

Tancara inventó una serie de torturas para mantener a los internos de El Abra a su servicio. Los extorsionó, los intimidó, los corrompió, humilló y vejó hasta convertirlos en “sus perros”. Las historias de torturas son escalofriantes y muchas de ellas fueron conocidas por el exdirector de Régimen Penitenciario, por el exgobernador de la cárcel y por jueces en las audiencias. Todos se hicieron de la vista gorda, respaldando así el poder del gánster.

Según los internos, El Tancara tenía múltiples bienes, producto de las extorsiones y robos. Durante el motín, los reos dijeron que se jactaba de que su fortuna superaba el millón de dólares y recién se había comprado una mansión en Sacaba. Tenía “palacios” y lotes en la zona sur, vehículos y le compraba motos de carrera carísimas a uno de sus dos hijos. Como expolicía, cuidó sus pasos y los depósitos bancarios de las extorsiones no estaban a su nombre sino al de dos mujeres, Norma Valda y Rosa García y del pariente de uno de sus hombres de confianza, Josué Tovar.

La noche del 14 de septiembre, Tancara bailaba en el patio de El Abra con su pareja Romina, cuando unos encapuchados le dieron tres tiros. Otro le cortó la garganta y varios reclusos le clavaron alfileres y llaves en las heridas. Luego le llenaron de galletas la boca. “Era una forma de decirle: seguí comiendo hambriento, porque su ambición era muy grande”, cuenta un testigo.

Según la mujer que convivió con él, Tancara fue asesinado por su amigo de infancia Iván Castro y por Jason Angulo. “Tuvieron un problema, a una chica la habían dopado y violado, Ariel se enojó por eso, porque odiaba a los violadores”. Sin embargo, una de las torturas que El Tancara ordenaba contra quienes no querían, o no podían, pagar todos los sobornos impuestos, era la violencia sexual.

Otras versiones aseguran que los asesinos fueron El Lucifer y El Joel. Lo cierto es que en El Abra, nadie lloró por la partida del gánster.