Friday, December 30, 2016

Mujeres afirman que no ver a sus hijos es un duro castigo

El único motivo de orgullo de María Alejandra, y su aliciente para seguir con vida, era su primogénito de 18 años. Sin embargo, hace seis meses se enteró de que su hijo se había convertido en un adicto a las drogas.

Dos mujeres que se animaron a relatar sus testimonios (una sigue en prisión y otra está libre) afirmaron que, además de estar encerradas, el mayor castigo para ellas es la desvinculación con sus hijos.

María Alejandra, de 52 años cumple una condena de 12 años en el penal de San Sebastián Mujeres por tráfico de drogas, y está enferma con artritis reumatoide, dolencia que le impide mover con normalidad sus dos manos.

La historia de esta madre se repite en muchas de las reclusas que están encerradas en la cárcel. Fue abandonada por su pareja, quien se hizo de otra mujer, y ahora debe lidiar sola con la educación de sus tres hijos.

Los niños de María Alejandra quedaron bajo la tutela de sus abuelos, pero “no siempre les hacen caso. Algunas veces reaccionan con rebeldía”.

La mujer que está encarcelada desde hace cuatro años, empezó a sospechar que algo raro pasaba con su hijo mayor cuando este la visitaba en el penal. Lo veía desganado, desaliñado, con poca energía y apenas pronunciaba algunas palabras.

La madre de María Alejandra le comentó que había visto a su hijo mayor con un grupo de jóvenes que aparentaban ser pandilleros y que, según los comentarios de los vecinos, se dedicaban a vender y consumir marihuana y cocaína.

María Alejandra presionó a su hijo para que le dijera la verdad y este le confesó que efectivamente consumía drogas, pero muy esporádicamente, solo cuando estaba con su grupo de amigos.

María Alejandra está en la cárcel por segunda vez, en ambos casos por tráfico de drogas.

La primera vez, según cuenta, tuvo éxito cuando llevó estupefacientes a Chile. Logró llevar a ese país casi un kilo de droga, trabajo por el cual le pagaron 1.500 dólares, dinero que le sirvió para alimentar a sus hijos y comprar ropa.

La mujer, al ver que se podía ganar “buen dinero” por trasladar droga al exterior, se animó a realizar este trabajo por segunda vez. Sin embargo, fue detenida en la tranca de Suticollo. Después de un proceso en la justicia ordinaria fue condenada a nueve años de presidio. Salió en libertad después de cumplir parte de su sentencia.

Por un par de años se dedicó a lavar ropa para sus vecinos en el barrio donde vivía, en el municipio de Colcapirhua. Pero como las necesidades de sus hijos se multiplicaban, se animó a llevar nuevamente droga al exterior. En la segunda oportunidad le ofrecieron una paga de 2.200 dólares por lleva un kilo de droga, camuflada en medio de unas artesanías.

La mujer cree que alguien la delató, porque policías antinarcóticos subieron al bus en el que viajaba y se dirigieron directamente hacia ella. Encontraron la droga en su equipaje y la detuvieron preventivamente. Un nuevo proceso en su contra le envió al penal por 12 años.

Sus padres le ayudan con la manutención de sus hijos, pero por su avanzada edad (tienen más de 85 años), no tienen vigor para llamarles la atención cuando se portan mal.

El mayor de los hijos de María Alejandra tiene 18 años y los menores, dos gemelos, cumplieron ocho en julio pasado.

La mujer afirma que quiere cerrar este capítulo “negro” de su vida y comenzar de nuevo, pero esta vez en “serio”.



EN LIBERTAD

Mirtha ha caído cinco veces en prisión por estafa con víctimas múltiples, y ahora goza de libertad, desde hace dos años.

Esta mujer de 49 años accedió a hablar con este medio con la condición de reservar su identidad, para no ser estigmatizada por sus vecinos.

Durante los últimos 20 años había vivido en un barrio de la zona sur y cuando salió de la cárcel decidió, por el bien de su hijo, mudarse a la zona oeste de la ciudad. Prefirió no mencionar el barrio.

En el penal, en las cinco veces que estuvo, Mirtha aprendió a elaborar manualidades y ahora está vendiendo adornos navideños.

Reconoce que en las cinco oportunidades que la encerraron había engañado a muchas personas valiéndose de un terreno, el anticrético de un departamento y la promesa de créditos con bajos intereses de un organismo internacional.

Mirtha pedía a sus víctimas pagos para “realizar algunos trámites” y cuando reunía una buena cantidad, desaparecía.

Después de estar oculta por seis meses, se cambiaba de nombre y empezaba a maquinar un nuevo plan.

Mirtha confiesa que en el penal sufrió muchas vicisitudes, pero conoció a mujeres que le enseñaron a pensar de una forma diferente. “Pero también hay personas que buscan hacer daño a los demás”.

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