Friday, December 30, 2016

Reincidentes alegan su inocencia o dicen que estaban drogados cuando delinquieron

Aseguran ser inocentes o que cometieron delitos cuando estaban bajo el efecto de las drogas o del alcohol. Cinco reclusos de dos penales de Cochabamba accedieron a contar sus historias a OPINIÓN, pero con la condición de mantener en reserva su identidad para evitar represalias en su contra.

Javier es uno de los reos reincidentes que cumple una condena en el penal de San Sebastián Varones. Tiene 22 años y fue encarcelado por primera vez a los 18. Es de contextura mediana, rostro delgado y pómulos sobresalientes.

Para contar algunos pormenores de su vida, Javier hace un paréntesis en su trabajo de "taxi" que realiza en la cárcel. Él se encarga de buscar a los internos del penal cuando tienen visitas o de llevar encargos de un lado a otro. La paga que recibe es de uno o dos bolivianos, de acuerdo a la voluntad de la persona que requiere de sus servicios.

El dinero que reúne durante el día lo invierte en comida y ropa.

La última vez fue detenido por robar un celular a una adolescente en la avenida 6 de Agosto, al sur de la ciudad. Afirma que caminaba con sus amigos por esta zona y uno de ellos arrebató el teléfono móvil a la joven y se lo dio a él para despistar a su víctima.

Fueron detenidos por dos policías que se encontraban en el lugar. Uno de ellos lo revisó y encontró el aparato en su poder.

Javier es el menor de cuatro hermanos y vivía con sus padres en la zona sur de la ciudad, en Villa México. Está encerrado en el penal desde hace cuatro meses y espera con ansiedad su audiencia que se realizará en el mes de febrero de 2017. Quiere recuperar su libertad.

La primera vez que Javier fue sentenciado y enviado a la cárcel tenía 18 años, en 2012. Recuerda que él se encontraba en la Coronilla, caminando con varios de sus amigos, cuando asesinaron a una persona. Un par de horas antes había consumido bebidas alcohólicas. Una mujer lo acusó de ser el asesino del hombre y la Policía lo detuvo. Estuvo preso un año y tres meses.

La segunda vez que entró a la cárcel fue por robar una bicicleta en la zona sur, en la avenida 6 de Agosto. Un adolescente había ingresado a un café internet y dejó su vehículo de dos ruedas afuera del local, sin seguro. Javier aprovechó esta circunstancia, tomó la bicicleta, se montó en ella y se dio a la fuga. El encargado del internet fue testigo del robo y empezó a gritar.

Un patrullero que circulaba en motocicleta por esta avenida inició la persecución y lo detuvo a cinco cuadras del lugar. Estuvo seis meses en el penal. Salió a finales de 2014.

La tercera vez que cayó en la cárcel fue por el robo de un celular.

Javier no culminó sus estudios. El último curso que hizo fue el sexto grado. Para no enfrentar la ira de sus padres, porque se había aplazado, escapó de su hogar y vivió en las calles. "Me dediqué a la mala vida, conocí malas amistades que me incitaron a robar".

Cuando salga de la cárcel quiere trabajar en un taller de carpintería o en construcción, como ayudante de albañil, hasta convertirse en "maestro".



SU SEGUNDO HOGAR

David asegura que ha pasado un poco más de la mitad de su vida entre rejas. Tiene 46 años y la primera vez que estuvo encerrado contaba con 22.

"Estaba drogado. Era consumidor y necesitaba para comprar. En ese época conseguíamos marihuana por la plaza Colón. No tenía otra opción, tenía que robar", rememora.

El 17 de julio de 1992 (recuerda bien esa fecha) llegó hasta el puente de Quillacollo junto con uno de sus amigos, a quien le decía "Pelé", por su habilidad para dominar el balón.

Vieron a un ciclista que se acercaba al puente desde la rotonda Perú, y cuando llegó hasta donde ellos estaban, se abalanzaron sobre él. No se conformaron solo con quitarle su bicicleta, sino que también lo golpearon hasta fracturarle la nariz. Cuando escapaban con su botín, hacia la ciudad, se tropezaron con dos policías que iban en un patrullero, quienes procedieron a arrestarlos.

David y su amigo "Pelé" estuvieron durante ocho meses en la cárcel, acusados por robo agravado.

Tras salir del penal, David consiguió un trabajo como sereno en una carpintería por el kilómetro tres de la avenida Blanco Galindo. Una noche, su amigo "Pelé" lo encontró. Le propuso que sacara herramientas del taller que cuidaba y él se encargaría de venderlas a buen precio. Al principio se resistió, pero después se dejó seducir por el dinero que recibiría.

Al percatarse de que se habían perdido varias herramientas, el dueño sospechó de su sereno y lo denunció. David terminó por confesar y entró por segunda vez a la cárcel, el 16 de febrero de 1994, el día de su cumpleaños.

Desde esa fecha hasta el presente, David ha visitado el penal en cuatro oportunidades más, por robo agravado en dos ocasiones, tráfico de drogas en una, y por homicidio la última vez.

En las múltiples veces que delinquió, señala que había fumado marihuana y que no "sabía lo que hacía". Actualmente cumple una condena de doce años.

David considera que "a la fuerza", la cárcel se ha convertido en su segundo hogar, donde ha hecho muchos amigos, pero también enemigos peligrosos.

Tiene dos hijos a los que no ve hace seis años y su pareja decidió separarse de él en 2012, cuando fue acusado por homicidio.



POR UN DESCUIDO

Martín tiene 45 años y está encerrado en la cárcel por segunda vez. Asegura que fue víctima de un descuido judicial, por no presentarse a una audiencia.

Fue encerrado en el penal por "cuestiones patrimoniales", de dinero.

Debía asistir a una audiencia como parte de un proceso en la justicia ordinaria y como no se hizo presente, lo declararon rebelde e instruyeron su aprehensión.

La primera vez que estuvo encerrado en la cárcel fue también por un problema patrimonial, por el delito de estelionato.



ESTABA BORRACHO

Héctor tiene 33 años y en los últimos ocho años fue encarcelado en cuatro ocasiones.

En 2008 fue encerrado en la cárcel acusado de robo. Había ingresado a una casa con dos personas.

Argumenta que la primera vez que entró a robar estaba "mareado". Se había encontrado con sus amigos, quienes le propusieron ir a "trabajar" (robar). Como él estaba envalentonado por la bebida, aceptó de inmediato. Entraron a una casa, pero fueron descubiertos por los vecinos de la zona. Los llevaron a un descampado y los garrotearon. Producto de esa golpiza, Héctor tiene en su cabeza una cicatriz de unos 10 centímetros que muestra apartándose parte de su cabello.

Recuerda que lo golpearon con un palo grande, que parecía el mango de una picota. Después de haber recibido el golpe se desmayó.

La primera vez estuvo ocho meses en la cárcel, por robo. Salió rápido porque optó por el procedimiento abreviado y la condena se redujo.

La segunda vez “estaba también borracho”. Le pillaron cuando robaba en una vivienda de la zona de Vidriolux, al sur de la ciudad. Se encontraba solo. En esa oportunidad le volvieron a golpear y estuvo en el penal 13 meses.

La tercera y cuarta vez que lo volvieron a detener, por robo en viviendas, asegura que estaba también con algunas copas demás. La última vez lo encontraron por la zona de Champa Rancho, por detrás del enmallado del aeropuerto.

En su defensa, señala que la última vez ni siquiera había entrado a robar. Dice que otros ya habían ingresado a una vivienda y él pasaba por el lugar. Fue acusado de haber participado con los otros. Los vecinos lo volvieron a golpear.

En la cárcel ayuda a lavar ropa y trabaja como "taxi" para sobrevivir.

Cuando salga del penal quiere trabajar en alguna carpintería porque él asegura que es muy hábil en el manejo de las herramientas y máquinas, y quiere reivindicarse con la sociedad. Antes de entrar al penal, fabricaba puertas y marcos, además de otros muebles.

A los 18 años empezó a tomar alcohol y a delinquir. No terminó de estudiar. Cursó hasta primero intermedio. Si hubiese tenido la oportunidad de concluir su formación, afirma que le hubiese gustado ser técnico en mecánica.

Héctor dice que se arrepiente de lo que hizo en los últimos ocho años de su vida y afirma que no volverá a tomar alcohol y menos robar, porque "la quinta vez no me van a querer soltar".



QUIERE VENDER

COMIDA DE SU PAÍS

Es extranjero, pero vive desde hace 10 años en Cochabamba. Tiene la nacionalidad boliviana.

Cuenta 41 años y está en la cárcel desde hace 27 meses, acusado de robo.

Rafael llegó a Bolivia después de conocer mediante internet a la mujer que sería su esposa. Tiene una hija de ocho años y a causa de su adicción se separó de su pareja, hace dos años.

El año 2008 entró a la cárcel por llevar droga. Reincidió en este delito y lo encarcelaron nuevamente en 2011. En 2013 y 2014 lo encerraron por robo.

Antes solía traer ropa al por mayor de su país de origen para venderla al menudeo en Bolivia.

Ahora recibe solo las visitas de su exesposa. Para sobrevivir en la cárcel vende algunas artesanías a las personas que ingresan para visitar a sus familiares.

Su registro señala que el año 2008 y el 2011 entró a la cárcel por la Ley 1008. La primera, cuando iba a su país de origen a comprar ropa, llevaba 370 gramos de droga. Asegura que la cocaína era solo para su consumo, pero en la audiencia, cuando lo procesaron, le imputaron por tráfico.

Él les explicó que era un consumidor, un adicto, y que incluso había estado internado en el psiquiátrico San Juan de Dios.

Recuperó su libertad en cinco meses.

El año 2013 cometió un robo en una vivienda de la avenida Santa Cruz, por lo que la Justicia lo condenó a 11 meses de privación de libertad. Rafael asegura que había tomado una chamarra, una billetera sin dinero y una máquina de teléfono fijo, pero al verse descubierto, antes de salir, arrojó los artículos adentro.

La última vez que cometió un robo fue el 12 de agosto de 2014, en Cala Cala. Las cámaras de videovigilancia lo filmaron cuando sacaba electrodomésticos. Y como él tiene varios tatuajes en los brazos y cuello lo identificaron.

Se sometió a procedimiento abreviado y fue condenado a dos años y ocho meses de prisión. Cumplió siete meses y espera su libertad para el 12 de mayo de 2017. Cuando salga quiere vender comida típica de su país.

Afirma que en los últimos años se dedicaba a robar para comprar droga. Agrega que ahora evita fumar marihuana. Pero, según algunos de sus compañeros, sigue drogándose cuando puede, en algún recoveco del penal.

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