Sunday, January 20, 2013

La cabo Segales contra el clan de trata

María Segales tiene coraje. Quizás sean las agallas propias de la juventud las que la llevan a luchar, a enfrentarse a la delincuencia y a soñar con que ella puede lograr que se cumpla la ley.

Tiene 25 años y es una chica como cualquier otra. Como casi todas las jóvenes de Riberalta, ella también tiene una moto y lleva una cartera al hombro. Sólo que, cuando se la observa detenidamente, se comprueba que no se trata de una cartera colgada en el hombro, sino la cartuchera en la que guarda su revólver de reglamento calibre 38. También luce dos aretes dorados en los lóbulos, pero no son de flores ni angelitos, sino dos carabinas cruzadas.

Casi nadie le dice María. “¡Segales!”, ruge su jefe, el teniente Leonid Rossel, y ella se hace presente de inmediato, con una expresión de seriedad en el rostro, firme como una soldado. Pero no es un soldado, sino la encargada de la División de Menores de la Fuerza Especial de Lucha contra el Crimen (FELCC) de Riberalta. María es la cabo Segales. Pero también tiene el otro coraje, el que viene de la impotencia. Los integrantes -hombres y mujeres- del clan de trata de personas Bazán-Choré que fueron detenidos, debido en gran parte a la investigación que ella llevó adelante, hoy ya no están tras las rejas.

Una investigación

El caso de trata llegó a sus manos cuando Camila (nombre ficticio), una menor de edad que ni siquiera llegó a concluir sus estudios secundarios, desapareció en repetidas oportunidades de su casa. Una y otra vez los Bazán- Choré habían privado a la niña de su libertad para prostituirla. El encargado de “captar” a Camila, la víctima, había sido Leandro Bazán Choré, un hombre que le doblaba en edad.

Cuando la madre y la Defensoría Municipal de la Niñez y Adolescencia de Riberalta denunciaron el hecho en la FELCC, Camila había desaparecido una vez más, gracias a la intervención de Norilda Bazán, una mujer joven, de entre 25 y 30 años, sobrina de Leandro Bazán Choré. Entonces, la cabo Segales empezó a seguirla. No fue una tarea fácil. Norilda operaba de noche. Esperaba a que las calles estuvieran vacías y se apagaran las luces; cuando el pueblo estaba dormido, salía de su guarida.

Segales recolectó indicios, estableció rutinas, elaboró informes y obtuvo que se emitiera una orden de aprehensión. Norilda fue detenida y en menos de lo que canta un gallo apareció también Camila. Como caída del cielo, de repente estaba en el bufete del abogado que defiende al clan. Ya en otra oportunidad el abogado había interpuesto una supuesta declaración de Camila, en la cual la niña liberaba a los Bazán Choré de toda culpa, al expresar que su padrastro era el responsable de su situación y también ella misma, que se prostituía por voluntad propia.

“¿Para eso me hacen tanto problema? ¡Me hubieran dicho que todo esto es por Camila!”, exclamó Norilda cuando se vio detenida, como si su aprehensión fuera una ofensa demasiado grande para un asunto de tan poca importancia.

Érica Márquez, de la Defensoría, llegó a tiempo para impedir la declaración de Camila ante el abogado y se la llevó a sus oficinas. También Katty Chávez, otra funcionaria de la Defensoría, quien seguía de cerca el caso, y la madre de Camila acudieron a esas dependencias. Tuvieron que cerrar puertas y ventanas. Afuera acechaban los que creían ser dueños del cuerpo de Camila y estaban furiosos.

En la oficina, Camila se echaba la culpa una y otra vez de lo que otros le habían hecho. Como muchas otras víctimas de trata, tal vez por miedo o por una especie de solidaridad perversa, protegía a sus verdugos. “Yo fui la que quiso, ellos son inocentes”, decía.

“Tu mamá quería verte, Camila, te está viendo. Ya cumplimos. Si no piensas en ti misma y tampoco piensas en todas las otras chicas que pasarán por lo que tú has pasado, no podemos hacer nada. Yo estoy cansada y quiero irme a dormir”, le dijo la cabo Segales a la niña cuando ya era de madrugada y se levantó para irse. “¡Cabo! - le gritó Camila antes de que cerrara la puerta-,¡Cabo! Voy a hablar”.

Con la declaración de Camila también Leandro Bazán Choré fue detenido. Pero hubo alguien más que ya estaba en la cárcel y que también se decidió a hablar: Hasly Marilyn, una joven de 17 años, acusada de rapto y violación. Ella era la reclutadora de niñas menores de edad del clan riberalteño.

“Si me ayudan, ayudo”

Hasly, vestida de hombre, había enamorado a Jenny, una niña de 14 años, a quien hizo creer que era varón. Se la llevó de su casa en dos oportunidades. La segunda, ambas fueron sorprendidas cuando salían de un karaoke en una moto que conducía un tercero. Hasly y Jenny fueron capturadas. El taxista, quien se llamaba Carlos Choré, huyó. Jenny volvió con sus padres, Hasly fue a la cárcel. Ese día Jenny se enteró que Hasly Marilyn no se llamaba Jason y que, a la hora de tener relaciones sexuales, usaba un pene de goma que llevaba escondido en el calzoncillo.

Debido a la naturaleza de su trabajo, la cabo entra y sale constantemente de la carceleta de Riberalta. Un día llevaba consigo unos papeles referidos al caso Bazán Choré. Camila había revelado diferentes nombres de miembros del clan. Habló de Alan Choré, en cuya casa había permanecido por varios días, y también de un hermano suyo, cuyo nombre no conocía; sólo sabía que lo llamaban “Pipo” o “Pato”. Segales llevaba los papeles en la mano y, con vista de águila, Hasly Marilyn pudo leer el nombre de Pato Choré.

“Cabo, ¿por qué usted anda buscando a ‘Pato’ Choré?”, le preguntó Hasly Marilyn a la cabo a quemarropa. “No es asunto tuyo”, le contestó la uniformada. “Si a mí me ayudan, cabo, yo les puedo ayudar”, dijo Hasly Marilyn. “El ‘Pato’ se llama Carlos Choré. Él estaba en la moto el día en que a mí me apresaron, era el taxista que se escapó, y todavía sé más cosas”, agregó.

Desde entonces Hasly Marilyn empezó a colaborar con la FELCC y dijo todo lo que sabía. Ella trabajaba con el clan desde hacía tiempo. Le habían quitado su niñez y ella les fue leal durante años. No se prostituía, pero atraía a las presas hacia la trampa. Jenny era una de las chicas que sería entregada al clan para ser prostituida. Hasly Marilyn reclutaba niñas y hacía toda clase de mandados para los Bazán Choré, específicamente para Carlos. Reveló también el nombre de otra joven que, como ella, trabajaba en complicidad con el clan, Juleika.

También Katty Chávez, de la Defensoría, ya sabía muy bien quién era Carlos Choré. Ella, junto a los padres de Jenny, había impedido la huida de Hasly y Jenny cuando salían del karaoke “Luciérnaga” en compañía de Carlos Choré. Esa noche, a Choré le quitaron la presa y no se lo perdonaría a Katty Chávez. Según cuenta, Choré se aparecía en su oficina con el mayor desparpajo del mundo para amenazarla a gritos e insultarla. “Mis compañeros también lo han visto. Les dejaba mensajes para mí. ‘Díganle que me voy a vengar, aunque me tome diez años, pero me voy a vengar”, afirmaba.

Las chibolas bajo el colchón

Con la información y las declaraciones de Camila y Hasly Marilyn, los domicilios de los sospechosos fueron allanados.

La evidencia hallada debajo del colchón de Carlos Choré fue contundente: ropa interior femenina de tallas pequeñas, aretes, preservativos y pornografía infantil. El teniente Leonid Rossel dejó ver a la revista Miradas algunas páginas de la copia del cuaderno de investigaciones.

“Esto fue lo que encontramos en la casa de uno de los sospechosos”, afirma y enseña la fotografía de DVD pornográficos. Peladitas fogosas; Chibolitas: 13, 14, 15. El teniente lee en voz alta los títulos de las películas y ríe con incomodidad y pudor. “Son películas peruanas. En Perú a las niñas les dicen chibolas, niñas de 13, 14 y 15 años”, explica. Pero hay algo más que se encontró en la casa de Carlos Choré: fotografías de niñas de Riberalta o tal vez de Cobija o Guayaramerín. Primero, los Bazán Choré las fotografiaban y después les daban caza.

Hasly Marilyn reveló además el nombre de dos adolescentes riberalteñas que también habían sido víctimas del clan y que lograron retornar a sus casas. La cabo Segales las fue a buscar. Las encontró monte adentro, lejos del pueblo, donde las niñas vivían con sus familias.

“Ellas no querían hablar. ‘No, cabo’, me decían ‘a ellos no les va a pasar nada y se pueden vengar’”. “Ellos ya están presos y es importante conocer todas las versiones”, les decía la uniformada. “¡Ay cabo! Qué más da, ya van a salir”, aseguraban. Al final, las niñas hablaron. También sus versiones coinciden con las de Hasly Marilyn y Camila. Una de ellas estaba en una de las fotografías que Choré guardaba bajo el colchón, nunca se enteró ni se dio cuenta de que había sido fotografiada.

También Hasly Marilyn aparece en una de las fotos, pero la FELCC no pudo identificar a las demás niñas de las fotos. Una de ellas lleva una corona y una banda que dice “Miss Villa Británica”, es la reina de belleza de un colegio. Visiblemente, otra de las fotografías fue tomada a la hora del crepúsculo, seguramente en un camino vecinal en medio del monte. En ella aparecen dos niñas pequeñas vestidas exactamente iguales. Llevan vestidos amplios, ligeros y sin mangas, vestidos blancos de verano. En la foto, las pequeñas se toman de la mano. “¿Cuántos años cree usted que tengan estas niñas, teniente?”, pregunto. “Siete años, tal vez ocho”, contesta.

Camila y su familia eran objeto de un acoso sin descanso. “Venían hasta aquí y nos sacaban fotos y nos amenazaban”, cuenta la abuela de la niña.

Un escándalo

Con la aprehensión de Tony Bazán, otro miembro del clan, que se dio gracias a las declaraciones de Camila y al acoso que éste hacia a su familia, se armó un escándalo en la FELCC. La gente de Tony amenazó a la cabo Segales: le dijeron que perdería su puesto de trabajo. “Mi jefe me defendió, porque ellos no son quiénes para decir que voy a perder mi trabajo”, rememora. Pero Tony Bazán fue liberado.

Las declaraciones que Hasly Marilyn hizo ante la policía son extremas. Habla de una niña que Carlos Choré había matado a palos y que luego había enterrado en el monte en las afueras de su granja. “Hemos ido dos veces, la segunda vez con un fiscal. Hasly Marilyn nos llevó dos veces al mismo lugar. Hemos cavado, pero no encontramos nada. Pedimos canes adiestrados y luminol, una sustancia especial para hallar rastros de sangre, a La Paz, pero nunca nos llegó nada”, dice la cabo Segales.

No sólo el testimonio de Hasly Marilyn deja suponer que se podría haber dado un homicidio. También Camila habla de niñas que llevaron al monte o que metieron al sembradío y que después no volvió a ver más.

“La segunda vez que fuimos a la granja, en el monte, nos esperaron con machetes y salones (rifles), pero luego se les explicó, entendieron y no hubo ningún intercambio de fuego ni nada”, afirma el teniente Rossel.

¿Por qué tenían armas?, pregunto. “Bueno, porque en el monte la gente tiene machetes y las armas son para defenderse de las bestias de la selva”, explica.

“¿Me trae una citación?”

Mientras se recogía información para este reportaje en Riberalta, otra niña de 14 años desapareció. Era la sobrina política de Tony Bazán. Su esposa, que antes lo defendía a capa y espada, ahora ya no saca cara por él. Descubrió mensajes subidos de tono de su marido en el celular de su sobrina. Unos días después la niña ya no estaba.

Los rumores van y vienen en el pueblo. Alguien dice que a la niña no la tiene Tony, sino que se fue con un chico de su barrio y de su edad.

“Yo lo que quiero es que la chica aparezca, Tony dice que no tiene nada que ver con ella”, le dice la esposa a Katty Chávez, de la Defensoría, quien acompañó a Miradas hasta la casa de Tony Bazán. “Usted le cree a su marido?”, cuestiono. “La verdad, no”, contesta. “Sabe usted que se sospecha que los Bazán Choré se dedican a la trata de personas?”, inquiero. La mujer calla y desliza su mirada hacia el otro lado de la calle, después levanta la vista al cielo, que hoy está cubierto de nubes oscuras y que en pocas horas más dejará caer sobre el pueblo una lluvia que traerá a los riberateños la memoria del diluvio universal. La mujer respira hondo, frunce el ceño y, con la voz serena, sin sorpresa, como si acabara de llegar un momento que estuvo esperando hace mucho tiempo, pregunta; “¿usted ha venido a traerme una citación?”.

Leandro Bazán Choré fue detenido. Pero hubo alguien más que ya estaba en la cárcel y que también se decidió a hablar: Hasly Marilyn, una joven de 17 años, acusada de rapto y violación. Ella era la reclutadora de niñas menores de edad del clan riberalteño. “Si me ayudan, ayudo” Hasly, vestida de hombre, había enamorado a Jenny, una niña de 14 años, a quien hizo creer que era varón. Se la llevó de su casa en dos oportunidades. La segunda, ambas fueron sorprendidas cuando salían de un karaoke en una moto que conducía un tercero. Hasly y Jenny fueron capturadas. El taxista, quien se llamaba Carlos Choré, huyó. Jenny volvió con sus padres, Hasly fue a la cárcel. Ese día Jenny se enteró que Hasly Marilyn no se llamaba Jason y que, a la hora de tener relaciones sexuales, usaba un pene de goma que llevaba escondido en el calzoncillo. Debido a la naturaleza de su trabajo, la cabo entra y sale constantemente de la carceleta de Riberalta. Un día llevaba consigo unos papeles referidos al caso Bazán Choré. Camila había revelado diferentes nombres de miembros del clan. Habló de Alan Choré, en cuya casa había permanecido por varios días, y también de un hermano suyo, cuyo nombre no conocía; sólo sabía que lo llamaban “Pipo” o “Pato”. Segales llevaba los papeles en la mano y, con vista de águila, Hasly Marilyn pudo leer el nombre de Pato Choré. “Cabo, ¿por qué usted anda buscando a ‘Pato’ Choré?”, le preguntó Hasly Marilyn a la cabo a quemarropa. “No es asunto tuyo”, le contestó la uniformada. “Si a mí me ayudan, cabo, yo les puedo ayudar”, dijo Hasly Marilyn. “El ‘Pato’ se llama Carlos Choré. Él estaba en la moto el día en que a mí me apresaron, era el taxista que se escapó, y todavía sé más cosas”, agregó. Desde entonces Hasly Marilyn empezó a colaborar con la FELCC y dijo todo lo que sabía. Ella trabajaba con el clan desde hacía tiempo. Le habían quitado su niñez y ella les fue leal durante años. No se prostituía, pero atraía a las presas hacia la trampa. Jenny era una de las chicas que sería entregada al clan para ser prostituida. Hasly Marilyn reclutaba niñas y hacía toda clase de mandados para los Bazán Choré, específicamente para Carlos. Reveló también el nombre de otra joven que, como ella, trabajaba en complicidad con el clan, Juleika. También Katty Chávez, de la Defensoría, ya sabía muy bien quién era Carlos Choré. Ella, junto a los padres de Jenny, había impedido la huida de Hasly y Jenny cuando salían del karaoke “Luciérnaga” en compañía de Carlos Choré. Esa noche, a Choré le quitaron la presa y no se lo perdonaría a Katty Chávez. Según cuenta, Choré se aparecía en su oficina con el mayor desparpajo del mundo para amenazarla a gritos e insultarla. “Mis compañeros también lo han visto. Les dejaba mensajes para mí. ‘Díganle que me voy a vengar, aunque me tome diez años, pero me voy a vengar”, afirmaba. Las chibolas bajo el colchón Con la información y las declaraciones de Camila y Hasly Marilyn, los domicilios de los sospechosos fueron allanados. La evidencia hallada debajo del colchón de Carlos Choré fue contundente: ropa interior femenina de tallas pequeñas, aretes, preservativos y pornografía infantil. El teniente Leonid Rossel dejó ver a la revista Miradas algunas páginas de la copia del cuaderno de investigaciones. “Esto fue lo que encontramos en la casa de uno de los sospechosos”, afirma y enseña la fotografía de DVD pornográficos. Peladitas fogosas; Chibolitas: 13, 14, 15. El teniente lee en voz alta los títulos de las películas y ríe con incomodidad y pudor. “Son películas peruanas. En Perú a las niñas les dicen chibolas, niñas de 13, 14 y 15 años”, explica. Pero hay algo más que se encontró en la casa de Carlos Choré: fotografías de niñas de Riberalta o tal vez de Cobija o Guayaramerín. Primero, los Bazán Choré las fotografiaban y después les daban caza. Hasly Marilyn reveló además el nombre de dos adolescentes riberalteñas que también habían sido víctimas del clan y que lograron retornar a sus casas. La cabo Segales las fue a buscar. Las encontró monte adentro, lejos del pueblo, donde las niñas vivían con sus familias. “Ellas no querían hablar. ‘No, cabo’, me decían ‘a ellos no les va a pasar nada y se pueden vengar’”. “Ellos ya están presos y es importante conocer todas las versiones”, les decía la uniformada. “¡Ay cabo! Qué más da, ya van a salir”, aseguraban. Al final, las niñas hablaron. También sus versiones coinciden con las de Hasly Marilyn y Camila. Una de ellas estaba en una de las fotografías que Choré guardaba bajo el colchón, nunca se enteró ni se dio cuenta de que había sido fotografiada. También Hasly Marilyn aparece en una de las fotos, pero la FELCC no pudo identificar a las demás niñas de las fotos. Una de ellas lleva una corona y una banda que dice “Miss Villa Británica”, es la reina de belleza de un colegio. Visiblemente, otra de las fotografías fue tomada a la hora del crepúsculo, seguramente en un camino vecinal en medio del monte. En ella aparecen dos niñas pequeñas vestidas exactamente iguales. Llevan vestidos amplios, ligeros y sin mangas, vestidos blancos de verano. En la foto, las pequeñas se toman de la mano. “¿Cuántos años cree usted que tengan estas niñas, teniente?”, pregunto. “Siete años, tal vez ocho”, contesta. Camila y su familia eran objeto de un acoso sin descanso. “Venían hasta aquí y nos sacaban fotos y nos amenazaban”, cuenta la abuela de la niña. Un escándalo Con la aprehensión de Tony Bazán, otro miembro del clan, que se dio gracias a las declaraciones de Camila y al acoso que éste hacia a su familia, se armó un escándalo en la FELCC. La gente de Tony amenazó a la cabo Segales: le dijeron que perdería su puesto de trabajo. “Mi jefe me defendió, porque ellos no son quiénes para decir que voy a perder mi trabajo”, rememora. Pero Tony Bazán fue liberado. Las declaraciones que Hasly Marilyn hizo ante la policía son extremas. Habla de una niña que Carlos Choré había matado a palos y que luego había enterrado en el monte en las afueras de su granja. “Hemos ido dos veces, la segunda vez con un fiscal. Hasly Marilyn nos llevó dos veces al mismo lugar. Hemos cavado, pero no encontramos nada. Pedimos canes adiestrados y luminol, una sustancia especial para hallar rastros de sangre, a La Paz, pero nunca nos llegó nada”, dice la cabo Segales. No sólo el testimonio de Hasly Marilyn deja suponer que se podría haber dado un homicidio. También Camila habla de niñas que llevaron al monte o que metieron al sembradío y que después no volvió a ver más. “La segunda vez que fuimos a la granja, en el monte, nos esperaron con machetes y salones (rifles), pero luego se les explicó, entendieron y no hubo ningún intercambio de fuego ni nada”, afirma el teniente Rossel. ¿Por qué tenían armas?, pregunto. “Bueno, porque en el monte la gente tiene machetes y las armas son para defenderse de las bestias de la selva”, explica. “¿Me trae una citación?” Mientras se recogía información para este reportaje en Riberalta, otra niña de 14 años desapareció. Era la sobrina política de Tony Bazán. Su esposa, que antes lo defendía a capa y espada, ahora ya no saca cara por él. Descubrió mensajes subidos de tono de su marido en el celular de su sobrina. Unos días después la niña ya no estaba. Los rumores van y vienen en el pueblo. Alguien dice que a la niña no la tiene Tony, sino que se fue con un chico de su barrio y de su edad. “Yo lo que quiero es que la chica aparezca, Tony dice que no tiene nada que ver con ella”, le dice la esposa a Katty Chávez, de la Defensoría, quien acompañó a Miradas hasta la casa de Tony Bazán. “Usted le cree a su marido?”, cuestiono. “La verdad, no”, contesta. “Sabe usted que se sospecha que los Bazán Choré se dedican a la trata de personas?”, inquiero. La mujer calla y desliza su mirada hacia el otro lado de la calle, después levanta la vista al cielo, que hoy está cubierto de nubes oscuras y que en pocas horas más dejará caer sobre el pueblo una lluvia que traerá a los riberateños la memoria del diluvio universal. La mujer respira hondo, frunce el ceño y, con la voz serena, sin sorpresa, como si acabara de llegar un momento que estuvo esperando hace mucho tiempo, pregunta; “¿usted ha venido a traerme una citación?”.

¿No tiene miedo cabo?, pregunto. “Miedo no. Me da rabia que ellos hagan todo eso como si fuera algo normal. Soy mujer, ellas son mujeres, venimos de una mujer y además soy policía”, argumenta.

No comments:

Post a Comment