Monday, November 14, 2016

Cochabamba Hay barrios secuestrados por el miedo a pandilleros, “huérfanos de padres vivos”

En Sivingani, los habitantes parecen haber vuelto a su rutina, pero nada es igual desde el asesinato de Javier Canchi. La gente camina con prisa y desconfianza, mirando de reojo a la izquierda y a la derecha. En cuanto se les consulta sobre las pandillas, piden que sus identidades no sean reveladas y confiesan que tienen miedo porque la familia del estudiante asesinado ha recibido amenazas y, si bien los presuntos autores del crimen están detenidos, no saben por cuánto tiempo, y sus cómplices siguen libres.

“Vamos a seguir pidiendo justicia y que encierren a los asesinos por 30 años. Pero también hay que cuidarse porque los pandilleros siguen acá. Se reúnen atrás de la iglesia, en el patio norte. También hay una casa abandonada donde se reúnen y por el río, detrás del colegio. Ahí se drogan”, cuenta Martín (nombre cambiado), de 15 años.

Nivardo, de 19, está molesto. “Me da bronca lo malvados que fueron con Javier. Y encima se dan el lujo de amenazar a sus familiares. Son unos maricones, cobardes. Los abogados dijeron que, como los asesinos son menores de edad, la máxima condena que les van a dar son seis años. ¿Acaso eso es justo para castigar tanta maldad? ¿Qué harán cuando salgan? ¿Querrán vengarse? La justicia es una m.....”, dijo pateando una piedra.

El temor es una emoción terrible porque genera ansiedad e impide vivir en paz. Los habitantes de Sivingani han perdido la tranquilidad, pero no son los únicos. Desde hace unos cuatro años, varios barrios de Cochabamba viven secuestrados por el miedo. “Es terror lo que yo tengo cuando mis hijos se tardan cinco minutos, al venirse del colegio en Itocta. Empiezo a imaginarme lo peor. En mi barrio están Los Italianos, y andan buscando pelea en las calles. Son muy violentos. Es feo vivir así. No somos dignos de salir de noche en nuestro propio barrio”, comparte Roxana.

La inseguridad que genera la presencia de las pandillas en varias zonas de la ciudad ha ido en aumento, y en los últimos tiempos, sus crímenes han sido cada vez más crueles.

LA ADVERTENCIA

Al menos desde 2010, expertos psicólogos y sociólogos advertían que las consecuencias de la masiva migración de bolivianos a Europa comenzarían a sentirse en las familias y la sociedad boliviana cuando los niños “huérfanos de padres vivos” crecieran y se convirtieran en adolescentes rebeldes que expresarían su malestar a través de la violencia.

Hoy, varios barrios de Cochabamba son víctimas de los efectos de la migración, de la desestructuración familiar, del abuso y de la falta de políticas de contención para estos jóvenes.

PREVENCIÓN Y REPRESIÓN

El criminólogo Renato Pardo cree que Bolivia está a tiempo de frenar el fenómeno de las pandillas, en base a programas de prevención y de represión, pero los psicólogos acotaron que, paralelamente, se debe trabajar en las familias, para sanarlas emocionalmente.

Según su diagnóstico, decenas de hijos han encontrado en los líderes de las pandillas modelos a seguir, personajes a los cuales admirar e imitar, ante la ausencia de unos padres que les pongan límites para convivir mejor.

Los estudiantes que ingresan al mundo de las pandillas han sido definidos por la psicóloga Andrea Salinas como "hijos huérfanos de padres vivos". En unos casos, porque sus padres han emigrado y los han abandonado, en otros porque los padres están cerca y cubren todas sus necesidades económicas, pero están ausentes emocionalmente y han dejado de ser los "héroes" de sus hijos.

FACTURA MUY CARA

El jefe de la Defensoría de la Niñez y la Adolescencia de Cochabamba, Juan Carlos Sánchez, opina que la migración “ha empezado a pasarle la factura a una sociedad que, en los últimos 20 años, no hizo nada por contener emocionalmente a los hijos que se quedaron al cuidado de abuelos, tíos o amigos, mientras sus padres se iban en busca de mejores ingresos”.

Funcionarios de las defensorías de la niñez de las distintas comunas de la ciudad ya han comenzado a identificar a las pandillas que operan en sus zonas, a detectar sus lugares de reunión y a abordar a los integrantes de estos grupos. “Hemos encontrado que el 90 por ciento de los integrantes de estos grupos proviene de familias disfuncionales. Los padres de la mayoría están en España, Italia, Chile y otros países. Otras familias han sido quebradas por el divorcio, por el abandono o por la ausencia de los padres”.

PRESUNTOS ASESINOS

Es el caso de René M.H., uno de los cuatro adolescentes que están sindicados del asesinato de Javier Canchi. Su padre lo abandonó cuando era un niño pequeño.

Poco tiempo después, su madre falleció y se quedó solo en la vida. La pandilla Teddy Boys fue su única opción. A los 16 años, ya tiene una pareja y una suegra con las que convivió hasta que la Policía lo capturó y fue encerrado.

“Los adolescentes que no tienen padres, o si los tienen son emocionalmente ausentes, buscan acercarse a sus pares en busca de atención, aprobación, protección y cariño. Y como en su casa no tienen referentes, el líder de la pandilla se convierte en su superhéroe y ellos están dispuestos a todo por su grupo”, detalla Juan Carlos Sánchez.

Guery V.R., de la pandilla Cártel Central, y Delia T.G. vivían con sus padres, pero, por su trabajo, ellos suelen estar más de 12 horas al día fuera de sus hogares y los adolescentes tenían un exceso de tiempo libre que, aparentemente, no era supervisado por sus progenitores, pues de sus declaraciones se desprende que podían salir a cualquier hora, e incluso ir a dormir con otras familias. Los padres no verificaban dónde ni con quiénes estaban. Se desconoce si Gustavo C. tiene familia, pero también contaba con mucho tiempo libre que era destinado a los Teddy Boys.

SIN PROYECTO DE VIDA

Si bien las pandillas pueden empezar a conformarse en las unidades educativas, con el objetivo de acosar a los compañeros, la mayoría se consolida en los barrios. Y los adolescentes que son miembros activos terminan abandonando sus estudios para pasar más tiempo de ocio con el grupo. René M.H. fue compañero de curso de Javier Canchi, pero abandonó el colegio luego de aplazarse dos años consecutivos. Gustavo C. tampoco estudiaba ni trabajaba antes de ser detenido.

Él y René se conocieron en la pandilla y, al principio, organizaban peleas de gallos para ganar dinero, pero después incurrieron en el robo de celulares. Guery V.R. también fue alumno del colegio donde Javier estudiaba, pero en otro curso. También abandonó sus estudios y, aunque él asegura que el objetivo era trabajar como ayudante de construcción de su tío, René y otros testigos del barrio dicen que también robaba celulares y pasaba tiempo con su pandilla.

El jefe de la Defensoría de la Niñez, Juan Carlos Sánchez, explica que los integrantes activos de una pandilla tienen algo en común: no tienen un proyecto de vida. No esperan seguir una carrera profesional, técnica ni buscan una ocupación que les brinde estabilidad o ingresos. No tienen sueños, morir o vivir les da lo mismo. Por ello no le temen a la muerte y la desafían todo el tiempo. Si a ello se le añade que el Estado no le ofrece a la juventud un abanico de oportunidades, de actividades socioculturales, deportivas y de entretenimiento, alejarse del ocio y de las malas compañías es un verdadero reto.

“La migración de padres a Europa ha sido un factor determinante en la conformación de las pandillas. Ante la advertencia (hace años) de que las consecuencias iban a ser las de una escalada en la violencia juvenil, tenemos que admitir que las familias, las escuelas y las instituciones públicas no han hecho nada por acompañar el crecimiento de esos niños con contención, con límites. Ahora la factura que debemos pagar es muy alta”, reconoce Sánchez.

Algunos directores de unidades educativas del Cercado que han detectado la presencia de líderes y miembros de pandillas en sus establecimientos han optado por expulsarlos “para evitar que la manzana podrida contagie a las demás”, pero esta medida tampoco resuelve el fondo del problema y solo causa mayor resentimiento en los adolescentes rechazados.

QUÉ SE HACE HOY

Desde este año, la Defensoría de la Niñez ha empezado a trabajar en varios proyectos para prevenir la violencia y el acoso. “Debíamos comenzar con el proyecto Semillas de Paz en 30 colegios, enseñando a los estudiantes a resolver sus conflictos por medio de la conciliación, pero solo pudimos hacerlo en 18 colegios porque los directores o maestros de las demás unidades no lo permitieron. En la gestión 2017, el objetivo es ingresar a 300 unidades educativas”.

También han abierto Escuelas de Padres en las comunas, en la EPI Norte, EPI Sur y en las cárceles, para guiar a los progenitores en la crianza de sus niños y adolescentes, de manera que puedan comunicarse mejor con sus hijos para darles un amor firme y establecer límites.

Paralelamente, hay que trabajar con la Policía en operativos conjuntos para desbaratar a las pandillas. “Hemos detectado nueve lugares de reunión de pandilleros donde además se venden drogas, en la zona sur de la ciudad. Los dimos a conocer a la EPI Sur para coordinar, pero hasta ahora no nos han llamado. Creemos que es urgente continuar con los operativos para asegurar resultados y disminuir los focos de violencia”, dijo el jefe de la Defensoría de la Niñez y la Adolescencia.

RADIOS Y DJ

En Cochabamba existen radios y amplificaciones que convocan a los jóvenes a fiestas masivas anunciando la presencia de grupos pandilleros como si se tratara de héroes o modelos a seguir.

Los adolescentes siguen a los DJ (disck jockey) y estos promueven enfrentamientos en fiestas clandestinas y matinés bailables en locales. Por un tiempo, la Policía efectuó operativos en las llamadas Chuper Partys, pero luego los abandonó sin ninguna explicación.

6

Años de encierro es la sanción máxima que los jueces pueden imponerle a un adolescente de 14 a 17 años, debido a que el Código Niño, Niña y Adolescente establece que los menores de edad deben ser sancionados con la quinta parte de la pena de un adulto. Seis, es la quinta parte de 30 años por asesinato.

No comments:

Post a Comment