La casa de ladrillo, sucia, con un galón blanco tirado en el patio, tiene una puerta de malla que está abierta y adentro, una caja de cartón que deambula de un lado a otro por el viento. Lo único que impide ingresar al lugar es un portón de lata color verde, con una cadena para perros y un candado pequeño.
Los conductores de los motorizados que pasan por el lugar, se detienen por unos segundos o simplemente bajan la velocidad y señalan hacia el portón de la casa abandonada. Es de ladrillo visto. Ahí fue llevado el taxista Rolando Cuiza luego de que el boliviano Edwin Landívar lo hiciera parar junto a un brasileño y poco después lo atracaran maniatándolo.
“Ese es el maleante”, dijo Cuiza este viernes cuando señaló a uno de los aprehendidos que salió vivo de la balacera. Cuiza, pese a estar reducido, logró darse cuenta dónde lo llevaban para luego narrar su historia. La casa habla mucho, más allá de que hoy, luce sucia y abandonada, en medio de la ventolera que sacude a Santa Cruz.
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