Sunday, June 24, 2012

Amor tras las rejas

Ese día era como si el tiempo se hubiera detenido en la celda de Juan Kudelka, en la cárcel de San Pedro. Llevaba meses de encierro, pero el 27 de diciembre de 2010, el tiempo, que en la cárcel de por sí avanza lentamente, parecía estirarse incluso más. No salió de su celda, ni siquiera cuando escuchó que gritaban su nombre. Sabía que el momento había llegado, y permaneció quieto.

“Estabas nervioso, ¿no, mi amor?”, dice Kathy Rabczuk, su novia, cuando recuerda el día en que por fin pudieron reunirse. “Nervioso, no”, contesta él encogiéndose de hombros. “Esperando”.

Cuando lo detuvieron, él y Kathy Rabczuk prácticamente ni se conocían. Lo hicieron cuando ya estaba en la cárcel, acusado de terrorismo por el Gobierno.

Juan Kudelka era la mano derecha del ahora ex presidente del Comité pro Santa Cruz Branko Marinkovic, hoy prófugo. Había trabajado durante 14 años en la empresa de Marinkovic, Aceites Rico, y desde hacía algún tiempo era miembro de la logia Los Caballeros del Oriente y se ocupaba de las campañas del ente cívico cruceño.

Las Américas

El 16 de abril de 2009 mataron al húngaro-boliviano Eduardo Rozsa Flores en el hotel Las Américas de Santa Cruz. Junto a él murieron también el húngaro Arpad Magyarosi y el irlandés Michael Dwyer. El Gobierno afirma que Rosza Flores era el operador de una conspiración gestada por la élite cruceña para asesinar al presidente Evo Morales. Voces críticas al Gobierno, sin embargo, sostienen que Rosza había sido contratado por el Gobierno para incriminar a los opositores cruceños. Al parecer se había tornado incómodo, molesto, tal vez peligroso y había que matarlo.

Buena parte de los supuestos involucrados en el plan del magnicidio salió del país, otros fueron detenidos, entre ellos Juan Kudelka, quien afirma haber visto a Rosza en una sola oportunidad. Cuando se enteró de su muerte en el hotel Las Américas no se asustó, sólo después supo que estaba en lista de los buscados. Los abogados de Branko lo presionaron para que saliera del país, al igual que Branko. Se fue a Estados Unidos. La empresa para la que había trabajado durante 14 años le siguió pagando su sueldo, así como el seguro médico para su familia, por seis meses más. Poco antes, su hija se enfermó y necesitaba atención médica. Su esposa lo llamó para informarle que el seguro había sido suspendido. Llamó a su compañía y prometieron prolongar el seguro por un tiempo más, pero el mensaje que recibió fue claro: estaba solo.

Kathy

Kathy Rabczuk tiene mala memoria. Hay eventos, momentos de su vida personal, fechas y sucesos que ha olvidado casi de inmediato. A ella misma le parece extraño recordar nítidamente cada una de las ocasiones en las que tuvo algún contacto con Juan Kudelka. Lo vio por primera vez cuando tenía 14 años. Era amigo de sus amigos, alguna vez los presentaron. Alguna vez también, en una fiesta o en una parrillada -churrasco, dicen en Santa Cruz-, se sentaron en mesas contiguas. Después lo perdió de vista.

Los años pasaron y Kathy se convirtió en una mujer adulta; viajó, conoció el mundo. Se casó, tuvo un hijo, se divorció. La vida seguía su curso, pero había algo que faltaba. No era feliz. Conoció a otro hombre, inició una nueva relación, pero nunca terminó de encontrarse por completo. Se quedó ahí, sumida en una inercia que en algún momento la llevó a firmar un papel, un día cuyo recuerdo quedó perdido entre un sinfín de memorias difusas. Y se transformó en una señora infelizmente casada con un matrimonio sostenido por montañas de nada. Con el tiempo, Kathy se hizo defensora de la autonomía cruceña y Juan Kudelka volvió a aparecer en su vida, como alguien que se conoce de lejos.

Kathy diseñaba sus propias poleras con la palabra “Autonomía”. “Qué linda polera”, le dijo Juan un día al pasar por su lado. En otra ocasión, ella le pidió que le regalara una de las gorras de la campaña por la autonomía. Se la entregó personalmente.

El matrimonio de Kathy no funcionaba y se fue resquebrajando. Ella y su esposo ya solamente vivían bajo el mismo techo. De pronto nació una certeza en ella. “Este año voy a conocer al amor de mi vida -le informó al que aún era su marido- y ese día me voy”. Eso fue en 2010.

También Kathy fue citada a declarar en el caso Rosza. Lo supo por las noticias. Se estaba lavando los dientes cuando escuchó su nombre en la televisión. El cepillo se le cayó de las manos. La estaban buscando. Alguien la había acusado de esconder las armas de la conspiración en su empresa, un centro de belleza, un spa. A pesar de todos los consejos recibidos, decidió presentarse para prestar su declaración.

“Vine a La Paz con dos equipajes, un bolso para quedarme en un hotel y una maletita por si iba la cárcel, como me habían advertido”, asegura. Afortunadamente, pudo quedarse en un hotel y luego volver a Santa Cruz. Pero lo que estaba sucediendo la llenó de decepción. De repente, la mayoría de los hombres que había luchado por la autonomía había huido.

“Si fueron machos para jugar a Rambo, ahora que sean machos para dar la cara”, dijo en una entrevista a El Deber. Hubo quienes se dieron por aludidos y le contestaron. Ofuscados, alegaron nunca haber jugado a ser Rambo. Las logias la repudiaron. Pero ya quedaban pocos de los que podían esclarecer los hechos. Se habían ido, incluso Juan Kudelka. Sólo que, a diferencia de otros, Kudelka sí volvió.

“Volver”

En Estados Unidos, la vida de Juan Kudelka poco a poco se tornaba insostenible. Estaba lejos de su hija, de su familia y su matrimonio estaba herido por la distancia. Se contactó con su madre en Bolivia, ella buscó a un abogado y éste le hizo saber que no existía acusación alguna contra Kudelka, quien entonces decidió retornar al país para presentarse a la justicia, como correspondía.

La noticia se esparció como un reguero de pólvora. La mano derecha de Branko había decidido volver a Bolivia para prestar declaración. En Santa Cruz no se hablaba de otra cosa. La gente se imaginaba que el autoexilio se le había hecho insoportable; sospechaban que estar lejos de la familia en una situación como la suya podía llegar a ser lacerante. Sabían que tenía una hija pequeña a la que debía cuidar. Pero todos asumían que Juan Kudelka retornaba al país para traicionar a Branko Marinkovic. Todos, menos Kathy Rabczuk.

La Paz

Kudelka se compró un pasaje y voló a Buenos Aires. Su abogado le dijo que alguien lo esperaría allá. Kudelka sostiene que allí lo encontraron Luis Clavijo, agente del Ministerio de Gobierno, y Carlos Núñez del Prado, entonces director de Seguridad Ciudadana de ese ministerio. Viajaron por tierra hasta La Paz. Santa Cruz hervía. Se decía que el ex gerente de Aceites Rico había arribado a la sede de Gobierno en el avión presidencial, que había cenado junto al entonces ministro de Gobierno, Sacha Llorenti, en Buenos Aires. Lo cierto es que llegó a Bolivia por tierra, cruzó la frontera caminando. Existen imágenes que lo prueban, afirma.

En La Paz, según cuenta, lo llevaron a una casa que no conocía y que nunca supo a quién pertenecía. ¿Lo estaban protegiendo? “Eso dijeron”, asegura. Recuerda un callejón y una puerta de metal al fondo, un corredor, un ventanal a través del cual se divisaba la ciudad. Le asignaron una habitación y cerraron la puerta. A veces pedía salir al pasillo para fumar un cigarro. “Me parecía que no les gustaba que saliera a fumar”, dice. Pasaron dos días. Después lo llevaron a declarar. Pudo retornar a Santa Cruz con escoltas. Tres meses más tarde, Luis Clavijo lo fue a buscar. Salió. Subió a un vehículo blanco. En el interior se encontraban, según afirma, Núñez del Prado y el fiscal Marcelo Soza. Le dijeron que debía retornar nuevamente a La Paz para ampliar su declaración. Le mostraron un número telefónico que no conocía. Le dijeron que pertenecía a Branko. Les informó que no había llamado nunca a ese número. Soza le pidió que dijera que ese número sí era de Branko y lo incriminara. “He venido a limpiar mi nombre, no a manchar el nombre de otros”, contestó.

Volvió a La Paz. Declaró. Soza interrumpió la declaración porque, afirmó, Kudelka se encontraba exhausto. “Yo no estaba cansado, lo único que quería era terminar con todo para volver a Santa Cruz”, dice. Pasó la noche en las celdas judiciales. Antes de continuar con la declaración, según cuenta, se le acercó el asistente del fiscal Soza. “Si quieres irte, tienes que colaborar”, le dijo. “Claro que voy a colaborar, eso es lo que estoy haciendo desde el principio”, replicó. El asistente le recordó que debía incriminar a Branko. “Voy a colaborar, pero no voy a mentir”, contestó. No volvió más a Santa Cruz. Desde entonces permanece en el penal de San Pedro. “Me dijeron que incrimine a Branko y me negué. Por eso estoy preso”, asegura, con firmeza. En un contacto telefónico con Miradas, el fiscal Soza negó la versión de Kudelka; el funcionario citó a la revista en su oficina, pero no asistió.

Otra versión, mucho más radical, asegura que Kudelka sí incriminó a Marinkovic, como temían en Santa Cruz, pero él lo niega.

El Ministerio Público lo acusa de haber sido el encargado de desviar dinero de las campañas para financiar al grupo terrorista. Juan Kudelka sí manejaba el dinero de las campañas del Comité Cívico de Santa Cruz; la última para el referéndum de enero de 2009, pero sostiene que el dinero era exclusivamente para las campañas.

En la cárcel le llegó también la demanda de divorcio interpuesta por su mujer. Hoy sabe que el éxito laboral, el dinero y el tener un buen auto, para que la gente sepa que a uno le va bien, son cosas que no importan frente a la unidad familiar.

Juan y Kathy

A pesar de todo, en Santa Cruz seguían creyendo que había incriminado a Branko. Un día su hermana le trajo la noticia de que Kathy Rabczuk había publicado en Facebook un texto mediante el cual ella le manifestaba su apoyo. Sintió gratitud. Kathy se había enfrentado abiertamente a las logias cruceñas y había tenido el valor de expresarle su apoyo en público. Tomó una lapicera, escribió un mensaje para Kathy en un pedazo de papel y se lo dio a su hermana para que se lo hiciera llegar. Le decía que no se arrepentiría de haberlo apoyado porque, un día, se demostraría su total inocencia. Al poco tiempo, su hermana le trajo una respuesta de Kathy. A partir de entonces no dejaron de escribirse y no tardaron en descubrir que estaban enamorados.

El día de navidad hablaron por primera vez. Ella lo llamó al teléfono del penal. Ambos sentían una gran necesidad de verse personalmente. Esa noche, ella llegó tarde a la cena de Navidad. Poco días después viajó a La Paz. Ahora lo hace con regularidad. Se ha encargado de pedir apoyo para Juan Kudelka en ámbitos internacionales. Personalidades como la cantante María Conchita Alonso, la escritora cubana Zoé Valdez y otros importantes organismos de apoyo a presos políticos y de defensa de los derechos humanos, como “¡Libérenlos ya!” , están al tanto del caso y lo apoyan. El propio Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia, compartió el link de la denuncia de Juan Kudelka mediante su cuenta de Twitter.

No es fácil encontrar al amor de la vida. Y peor si, cuando sucede, uno de ellos está en la cárcel. En una situación como la de Kathy Rabczuc y Juan Kudelka no se puede pensar en el futuro con la soltura de cualquier otra pareja. “Es como la gente que padece de alcoholismo, se vive un día a la vez”, comenta Kathy y añade: “a veces siento que la presa soy yo”.

“Hay mujeres que se sienten atraídas por hombres que están en la cárcel; ¿podría ser ése su caso?”, le pregunta Miradas a Kathy. “No fue eso lo que me atrajo, sino la valentía de Juan al regresar y enfrentar su situación. Se dijo que se había vendido. Se decía que había fotos de él cenando con Sacha Llorenti y que existían fotografías. Pero nunca aparecieron y yo sé que él es inocente”, agrega.

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