Por ejemplo, en el reclusorio de San Antonio existe un gimnasio instalado en unos cuatro metros de ancho por cinco de largo. Este sitio de noche se convierte en un dormitorio.
Lo mismo sucede con los puestos de comidas que se instalan en el patio de San Sebastián. Allí hay un gremio que se dedica exclusivamente a la preparación y venta de comida. Sus clientes son los mismos reclusos, quienes pueden comprar desde una sopa de maní hasta un ají de fideo.
Mientras, algunos reos que viven con su familia optan por cocinar al interior de sus reducidas celdas.
Todos claman porque esta incomodidad acabe. Sin embargo hasta ahora no existe nada concreto para solucionar el hacinamiento, pese al riesgo que existe en San Antonio y San Sebastián, donde ya no cabe ni un alfiler.
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