Sunday, September 2, 2012

Palmasola es una ‘pesadilla’ para ancianos

Romel está obligado a permanecer acostado 22 horas al día en la primera planta de una cama angosta. Las dos horas que le quedan las utiliza para orinar 16 veces y tomar el sol que entra por minutos en ese dormitorio hacinado por gente caída en desgracia. Romel es la suma de varias cosas: es uno de los 116 presos de la tercera edad en la cárcel de Palmasola de Santa Cruz y es una de las víctimas de un sistema de salud precario, y, sobre todo, es uno de los diez hombres viejos que tiene un pie en la tumba, porque Romel, debe tomar 35 tabletas en una jornada y colgar el pie derecho para que no reviente.

Lo de Romel es solo un ejemplo de que ser viejo y pobre es un problema mayor cuando se está dentro de una cárcel, y peor aún, cuando no se sabe si la libertad le ganará a la muerte porque el 80% de 80 hombres y 36 mujeres presos de la tercera edad en Palmasola no tiene sentencia porque la justicia camina a paso de tortuga.

José Luis Prieto, abogado sin remuneración de los presos ancianos, es el que revela esos datos y el que también sabe que así como hay algunos que están por homicidio, hay varios que fueron acusados injustamente por sus mismos familiares con el fin de despojarlos de sus casas o negocios.

Atraído por esos números rojos es que ahora estoy en la cárcel sentado al lado de un hombre viejo que me dice que la retardación de justicia es tan amarga como la soledad.

Julio C. tiene puesto el mismo saco de lana que alguien le regaló el primer día que pisó la cárcel, hace 10 años, cuando lo acusaron de matar a un hombre. Los ojos de Julio siguen a 22 hombres con pantalones cortos que corren tras una pelota. En la cancha de polvo espeso se enfrentan a muerte Los abuelos contra Los superabuelos. Un clásico futbolero que les ayuda a olvidar las rejas. Julio se olvida también que no tiene carné de identidad, y mientras no cuente con uno cree que está más verde su libertad. Este hombre, de 65 años, en realidad tiene pocas cosas. Tiene ese saco roto que ahora lleva puesto, un par de zapatillas blancas y rotas número 40 que bailan en sus pies número 38 y una cueva que compró en 350 dólares, donde guarda cartones para descansar su cuerpo de pajarito.

El colono Ponciano Cruz está preso por pirómano. Hace diez meses, antes de cumplir los 64 años de edad, con varias copas de alcohol en la cabeza y con un encendedor en la mano prendió fuego a la choza de motacú de un enemigo que tiene en un pueblo lejano, y eso le cambió la vida.

Ponciano solo cuenta con seis hijos que viven en San Julián, que no saben cómo enfrentarse a la justicia. Ponciano también tiene una bolsita de coca y los dientes verdes y un olor a hombre de monte, un banco en el templo de una iglesia evangélica donde se acuesta cuando termina el culto y tiene una frazada oculta detrás de una puerta como compañera de sueños. Ponciano no tiene abogado privado y tampoco sentencia.

William Wálter da Silva Banzer, hasta antes del 12 de mayo se sentía un hombre joven, a pesar de sus 61 años. Pero con las rejas le llegó la vejez y ya no es el hombre ágil que trabajaba como guardia de seguridad. Está preso porque lo acusaron de robar cuatro bidones que contenían veneno. La vejez le llegó acompañada de la soledad porque su segunda esposa casi no va a verlo por problemas económicos, y pese a ello su esperanza está puesta en ella:

“Si me espera hasta que salga libre, la llevaré al altar”, promete. En la cárcel de mujeres sobrevive Tomasa Aguilar. Pide que sus familiares y amigos vayan a verla.

El abogado Prieto recuerda que sacar a un anciano enfermo demora más de una semana para conseguir permiso, y otra más para que asignen un policía custodio.

Son las 13:00 y en la cárcel de varones Romel está en su cama. Él es uno de los que aguarda el momento para salir a la ciudad en busca de un médico especialista en geriatría que pueda hacerle pasar la amargura que le causa estar acostado durante 22 horas del día.

LAS FRASES



«Me acusaron de suplantar firma. Llevo 13 meses y no tengo sentencia. El juicio iba bien hasta que me faltaron los quintos»
Genaro Vargas| 70 años



«Cuidaba el coliseo de la Villa. Me defendí de unos jóvenes que se entraron por la fuerza y ahora sufro en la cárcel »
Julio Chávez | 75 años



«Llevo cuatro años y seis meses en este tormento. No tengo sentencia. Duermo en el templo. Me abandonó mi familia »
Gustavo Ramos | 68 años



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